Uno de los motivos argumentales tradicionales es el viaje: el héroe emprende una empresa llena de obstáculos y al final obtiene algo más que tesoros y triunfo, usualmente el conocimiento de sí mismo. Basta mencionar a dos grandes viajeros de la literatura occidental a modo de ejemplo: Ulises y Dante. El primero tarda veinte años en regresar a Ítaca desde Troya, donde le esperan su hijo, su reino y su esposa. El poeta toscano, en cambio, se hunde en las entrañas del Infierno para ascender por el Purgatorio y alcanzar, así, el Paraíso.
En la tradición oriental, del mismo modo, este motivo da vida a uno de los grandes clásicos de la novela china, el Viaje al Oeste: las aventuras del Rey Mono. Este libro fue reeditado el año pasado por Siruela y se trata de la única traducción completa al español; los encargados de tan magna y colosal empresa fueron Enrique Gatón e Imelda Huang-Wang. Los adjetivos se quedan cortos, pues hay que reconocer la labor de traducir los cien capítulos (más de dos mil páginas) en los que se narran las aventuras del monje Chen Hsüan-Tsang y sus discípulos Sun Wu-Kung, Ba-Chie y el Bonzo Sha en su viaje rumbo a la India en busca de los textos budistas (conocidos como Tripitaka, nombre con el que también se llamará al monje) que iluminarán las tierras del Este, el reino de los poderosos Tang. La traducción es encomiable no solo por el estilo de la narración, sino porque se ha rescatado aquello que nos permite dar el salto de una lectura de aventuras a una lectura de la cosmovisión que sustenta la obra: la doctrina taoísta y la budista, que están muy bien explicadas en la introducción y en las notas al final del texto. Si bien el objetivo de estos monjes es conseguir los textos sagrados, cada uno de ellos aspira a otro: alcanzar la iluminación y, de esta manera, convertirse en budas. Este viaje, entonces, recuerda el de Dante, en el sentido de que se pasa de una condición de enfermedad a un estado de salud.
Tripitaka viaja sobre el lomo de un dragón transformado en caballo, acompañado por tres discípulos, que son inmortales caídos en desgracia. Sun Wu-Kung, el Hermoso Rey de los Monos, luego de alcanzar la inmortalidad a través del Tao y dominar las setenta y dos metamorfosis, se deja llevar por su carácter y causa un gran alboroto en el Cielo, a tal punto que el Emperador de Jade le pide a Buda que lo capture. De su prisión bajo la Montaña de las Cinco Fases lo libera Tripitaka. Juntos continúan el trayecto hasta toparse con dos monstruos más: Chu Ba-Chie y el Bonzo Sha. Ellos, antes de convertirse en estas criaturas, ocupaban puestos importantes en la burocrática corte celestial: el primero era conocido como el Mariscal de los Juncales Celestes y el segundo, como el Encargado de levantar la cortina. Su comportamiento excesivo les trajo como consecuencia ser expulsados del Cielo, pero la Bodhisattva Kwang Shr-Ing les ofrece una oportunidad: convertirse al budismo y ayudar al monje en su viaje. Como señalan Gatón y Huang-Wang, en esta acción se aprecia “un paso del hsiou-Tao (o perfección del Tao) al hsiou-hsin (o perfección del corazón)” y también el poder misericordioso de Buda.
El viaje, al igual que el de Ulises, está salpicado de contratiempos: el monje es secuestrado un sinnúmero de veces y sus discípulos tienen que armar planes para liberarlo de ser el almuerzo de monstruos y otras bestias que, al saber que tienen entre manos a un hombre santo (luego nos enteramos de que Tripitaka es la reencarnación de Cigarra de Oro, un discípulo de Buda que comete la grave falta de quedarse dormido durante la exposición de la doctrina), quieren apurar el banquete porque comer un solo pedazo de su carne les ayudará a alcanzar la inmortalidad, o por lo menos vivir mil años más. Cada pelea les sirve a los discípulos para acumular méritos y alcanzar así la iluminación. Pero no se trata solo de un fin individual, se debe tener en cuenta que, al acabar a los monstruos, también liberan a los pueblos que estaban sometidos a estos (en un capítulo importante se relata cómo Sun Wu-Kung rescata a cientos de niños de ser víctimas de un sacrificio).
Pero no solo hay aventuras y peleas sorprendentes (los bosques tiemblan ante las ráfagas de viento ocasionadas por el choque de las armas de los inmortales), sino que, del mismo modo que el viaje de Dante es uno de aprendizaje, los monjes van adquiriendo en la práctica y la vida compartida el modo de pensar budista: el más importante es la visión del mundo: la forma es idéntica al vacío y viceversa; entonces, si el principio de todo es la vacuidad, no se debe temer a los monstruos que habitan las montañas, como le recuerda Sun Wu-Kung (“el que abre los ojos al vacío”) a Tripitaka cada vez que inician una nueva etapa de su viaje. El monje, para disipar el miedo que siente, repite el Sutra del Corazón, texto budista clave de la narración. Otro elemento de la doctrina es que todos poseen la capacidad de convertirse en Buda, todos incluso Ba-Chie, un monstruo con forma de cerdo a quien le importa más tener el estómago lleno que ayudar en el viaje. Son célebres las bromas a las que lo somete Sun Wu-Kung con el objetivo de que Ba- Chie entienda que no debe apegarse ni a la comida ni al dinero, conocimiento que entiende cabalmente al final del viaje. Otro aspecto fundamental es la renuncia al ego y al apego, ya que la única forma de alcanzar la iluminación es desprenderse de todo, incluso de uno mismo, y comprender, así, que el sufrimiento no existe.
Luego de rescatar al monje de alguna de las bestias que lo toman prisionero, los peregrinos reemprenden su viaje. Nos damos cuenta del paso del tiempo por las descripciones de las estaciones, de cómo estas cambian. Pero lo que se mantiene y aquello que los guía es que deben hacer de su viaje y de la vida un continuo retorno a Buda para alcanzar la iluminación.
Estructura de la obra:
La estructura de los cien capítulos es la siguiente: del I al VII, se nos narra desde el nacimiento de Sun Wu-Kung (sus esfuerzos por alcanzar la inmortalidad y el alboroto que causa en el Cielo), hasta que Buda logra encerrarlo en la Montaña de las Cinco Fases. En el capítulo VIII, Buda encomienda a la Bodhisattva Kwang-Ing la misión de encontrar a un monje y sus acompañantes para que lleven la doctrina a las tierras del Este. Del IX al XII, se explican los orígenes de Hsüan-Tsang, la muerte del emperador Tang Tai-Chung y su regreso a la vida, lo que lo motiva a ayudar a los espíritus del infierno, la aparición de Kwang-Ing y la elección de Tripitaka como el monje que deberá marchar a la India. Del XIII al XCVII, se narra el viaje, el encuentro de los peregrinos con diversos monstruos que tratan de comerse a Tripitaka (un pedazo de carne santa les permitiría alcanzar la inmortalidad fácilmente) y la ayuda de diferentes divinidades que les permite superar las ochenta y una pruebas impuestas al antiguo discípulo de Sakyamuni. Del XCVIII al C, se relata el encuentro con Buda, el regreso a China con las escrituras (luego de veinte años) y su ascensión al panteón búdico. [Rocío H.]