En el contexto de la sociedad en la que vivimos, existen libros que parecen existir para no ser leídos. Que alguien los escriba, que alguna casa editora los publique, que alguna librería los oferte, que luego alguien decida comprar uno de ellos y, una vez el error cometido, persista inexplicablemente y emprenda su lectura: todo parece estar destinado a los deslices del azar. A esa fratría pertenece Oceánidas, el poemario de José Morales Saravia que sacó a la luz editorial San Marcos en el 2006. Libro arduo, oceánico por su extensión (es un poemario de más de 200 páginas), constituye un hito en la producción de su autor, ya que reúne sus dos poemarios anteriores – Cactáceas (1979) y Zancudas (1983) – y dos secciones que luego publicaría como libros independientes: Peces (2008) y Pencas (2014).
Ahora bien, vale la pena mencionar, mejor dicho advertir, que es frecuente que el autor haga modificaciones sustanciales cada vez que retoma un material ya publicado (eso lo comprobé al revisar la primera edición de Cactáceas, aunque no he cotejado las publicaciones de los otros textos). Se podría afirmar que Oceánidas representa el punto central del proyecto de Morales Saravia, que también ha escrito otro libro voluminoso, Légamos (2013). Todos los poemarios conforman un mismo proyecto que el autor, según ha manifestado en una entrevista, desea continuar y eventualmente darle fin.
La apuesta de Morales Saravia es por una poesía difícil, cercana al neobarroco, de gran complejidad. Su obra, al menos en los últimos quince años, ha tenido un casi unánime reconocimiento por los principales representantes de la crítica nacional (y también cierta atención a nivel latinoamericano). Sin embargo, Morales Saravia es todavía un poeta casi desconocido en nuestro país, muy respetado pero, me temo, escasamente leído, quizás por haber configurado una obra cuya lectura exige – debido a su complejidad – un compromiso que es cercano al estudio. La crítica, salvo raras excepciones, no ha entablado un diálogo con su poesía; se ha limitado a encomiar ciertas virtudes, bastante notorias, y a dar constancia de su condición marginal, sin hacer mucho para evitarlo. El efecto que ha tenido esta recepción ha sido la de invisibilizar su producción.
Ello debe llamar la atención porque su obra, al menos solo por su calidad formal (esto lo decía Reynaldo Jiménez hace casi diez años en un ensayo), descuella en el panorama poético nacional. Me aventuro a afirmar que Oceánidas es probablemente el poemario más ambicioso de la poesía peruana en lo que va del nuevo siglo.
Un elemento bastante original de la obra de Morales Saravia, también de Oceánidas por supuesto, radica en que esta se enfoca exclusivamente en la naturaleza; el hombre o Dios aparentan estar completamente ausentes en su proyecto. El poemario que comentamos se divide en cuatro secciones: Orígenes, Cactáceas, Zancudas y Ceibas. Tanto la primera como la última son visiones panorámicas del espacio natural, en que el transcurrir del tiempo – día y noche, noche y día – se hacen evidentes y se vuelven el motivo poético principal (en Luz silenciosa de Reygadas hay un efecto análogo, hechas las salvedades del caso). Cactáceas y Zancudas (versiones de sus poemarios anteriores con nuevas secciones) constituyen el núcleo del libro; en la primera sección el énfasis está puesto en el espacio vegetal, inmóvil, terrestre; en la segunda, en el movimiento, tanto aéreo – las aves, las ventiscas, los cirros – como marítimo – los peces, los mares, los océanos. El elemento que unifica las cuatro secciones es el trabajo con el lenguaje, barroco, recargado, lleno de neologismos, así como de rupturas sintácticas y gramaticales; el autor no pretende crear un nuevo idioma, sino que rompe los límites del existente de un modo a priori muy lógico. Así no hace otra cosa que evidenciar la arbitrariedad del lenguaje y de sus convenciones.
Ahora, el alejamiento de lo humano, esta es una hipótesis, es solo aparente. Creo que el eje de su proyecto es presentar a la naturaleza como una metáfora de la civilización. Los corales son ciudades; las aves que se preparan para migrar, aventureros en busca de nuevos mares; las orquídeas se perciben casi muchachas, aunque también sean símbolo de belleza y perfección (al modo de la rosa en Adán). A veces el tono del poema es épico; según su autor, se propuso escribir ese tipo de poesía desde una perspectiva contemporánea: sin actores, héroes ni mártires. En mi opinión, el poema es una épica de la existencia, pero, a pesar de no ser nombrado, el hombre está ahí, presente a través de sus intenciones, motivaciones, camuflado bajo los múltiples rostros de la naturaleza. Gongorino en su tesitura, el poemario presenta una naturaleza que se entrega cual ofrenda a un Crusoe ávido de ella; de ahí la gran importancia del detalle, la precisión sensitiva, poesía que una vez develada se abre para el tacto y los ojos. Sus infiernos son hermosos en su plasticidad (“las cabras mordiéndose los lomos en su caídas, los bueyes de quebrados pescuezos y los cerdos haciendo su aguda avaricia” de “Ponto”, la imagen podría ser parte de un cuadro del Bosco) u horrísonos, dotados de la hiriente música de la fealdad (“Fruña fronda arenga pálpito friso” o “Injerta entre sísifos soles mostrencos”, versos que inician poemas de Pencas); jamás angustiantes, morales o existenciales.
Probablemente mejor aprovechado por aficionados a lecturas exigentes y sistemáticas, Océanidas es un libro excesivo, abundante, fatigante, pero también rico y con momentos de verdadero esplendor verbal (pienso en “Océanos”, extenso poema de Peces). Por momentos la oscuridad del lenguaje se antoja gratuita (la sección III de Pencas), otras veces hay versos que anuncian tramas seductoras que el artificio desvanece (sobre todo en Cactáceas). La contemplación de todo el territorio es, sin embargo, la mejor justificación del recorrido. [Mateo Díaz Choza]
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