Pnin, de Vladimir Nabokov

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Portada de la primera edición en DoubleDay (1957) /                         Fotografía de Carl Mydans

Consciente de la dificultad de ubicar Lolita en alguna casa editora, Vladimir Nabokov concibió una novela por entregas que pudiera publicar en The New Yorker y que le reportara ingresos. Previamente ya había publicado en el periódico, y con bastante éxito, partes de su biografía Conclusive Evidence, que luego darían forma al libro Speak, Memory. Entre junio y julio de 1953, escribió la primera entrega de Pnin, la historia de un emigrado, un profesor ruso que dicta clases en la universidad de Waindell, en Estados Unidos. Aquello que pone en marcha la acción de la novela es la poca capacidad que muestra Pnin para adaptarse a su país de adopción, porque no comprende las costumbres, porque su pronunciación del idioma inglés lo convierte en la burla de sus colegas y porque pareciera que un halo de mala suerte lo lleva a tomar decisiones que derivarán en pequeñas situaciones trágicas para el protagonista, pero cómicas para el narrador y, guiados por su pluma, también para nosotros, los lectores. Originalmente, Nabokov planeó escribir diez capítulos, pero la edición final, publicada por DoubleDay en 1957, está conformada por siete capítulos. Si bien cada uno de estos es redondo, casi un relato, el autor nos regala un guiño al final que invita a la relectura, a encadenar cada episodio, y que nos cuestiona no solo como lectores, sino como seres humanos.

dsg1Cronológicamente, la obra fue escrita entre Lolita y Pálido fuego, dos de los mejores libros de la producción nabokoviana, por lo que Pnin suele ser considerado un proyecto menor; esta imagen es reforzada por el hecho de que el libro fuera concebido como un proyecto que aliviara, en cierta medida, la situación económica del escritor. Sin embargo, si bien no estamos ante una novela imprescindible, el libro permite conocer más al autor, los temas que le interesaban y las técnicas estructurales que luego desarrolla en Pálido fuego.

Empecemos señalando que este pequeño libro es protagonizado por uno de los personajes más entrañables creados por el autor. A diferencia de los personajes obsesivos, intelectuales, refinados y cuestionables moral y artísticamente (pensemos en los más conocidos Humbert Humbert y Kinbote; y los un tanto olvidados Albinus y Hermann), el profesor Timofey Pnin es un hombre amable y sensible. Los personajes que lo rodean, incluido el narrador, suelen burlarse de su pronunciación y sus excéntricas costumbres que catalogan como “pnínicas”, pero, pese a las risas y las burlas, todos reconocen que, en un plano moral, Pnin es superior a ellos. Fuera del ambiente universitario, cuando el profesor de ruso se reúne en una casa de verano con sus compatriotas también emigrados destaca sobre todos por sus habilidades: su excelente memoria y su gran trabajo de investigación lo convierten en el centro de atención en una conversación sobre la clásica novela Anna Karenina; además, gana una partida de croquet con movimientos elegantes que provocan la admiración de los presentes; y su empatía le permite ayudar a un pintor en apuros. Sorprende que en un ambiente ‘ruso’, Pnin sea una persona respetada y admirada. Probablemente, con esta caracterización, Nabokov reflexiona sobre el doloroso proceso de adaptación que muchos rusos, incluido él, experimentaron al llegar a Estados Unidos.

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Primera edición en la editorial Heinemann de Londres (1957)

Desde ya planteamos la hipótesis de que Pnin funciona como un pequeño laboratorio en el que Nabokov juega con estructuras que luego llevará a la potencia al momento de escribir Pálido fuego. A partir de la figura del jiasmo, Nabokov invierte hechos claves que dan vida a Lolita: ambos personajes son europeos que emigran a Estados Unidos y que se dedican a la enseñanza; sin embargo, mientras H. H. es un refinado ‘intelectual’ que se impone con éxito en su nuevo ambiente, a Pnin le cuesta adaptarse y es rechazado por los profesores de Waindell. Humbert trabaja en un proyecto académico al igual que Pnin, pero mientras el primero habla sobre literatura superficialmente, el segundo se ha propuesto escribir una pequeña historia de la vida cotidiana de Rusia; además, ha elaborado un curso sobre la tiranía y el dolor, lo que revela sus intereses íntimos (el dolor es uno de los grandes temas que hermana todos los libros de Nabokov). Las características físicas también son opuestas: Humbert se presenta como un hombre atractivo, rasgo que no comparte Timofey (destacan su calvicie y sus orejas grandes). La relación de Humbert con Lolita es coactiva, ya que él aprovecha el lazo de padre-hija para someterla; en cambio, Pnin se gana el afecto de Víctor, el hijo de su exesposa Liza, hasta el punto que el joven de catorce años lo considera un padre. Nabokov emplea esta construcción de personajes a partir del jiasmo (el espejo invertido) en Pálido fuego, obra protagonizada por dos opuestos: el poeta John Shade y el crítico Charles Kinbote.

En cuanto a los temas que se desarrollan en la novela, destacan, además de la crueldad y el dolor, la muerte, que es una constante en la producción nabokoviana, como se aprecia en La dádiva y La verdadera vida de Sebastian Knight, por ejemplo. Nabokov, en sus memorias, reflexiona al respecto y concluye que los muertos están presentes en la vida de los que se quedan para celebrar sus gozos y cuidarlos. Esta visión de la muerte —que es uno de los ejes centrales de Pálido fuego (el poeta John Shade intenta recuperar a su hija a través del arte de sus versos y siguiendo las pistas del más allá que ella le ha dejado)— ya se esbozaba en Pnin: en el primer capítulo, luego de sobrevivir a un amago de ataque cardíaco y llegar a tiempo a una conferencia, Pnin cree ver a sus padres en el público, quienes lo miran con orgullo como cuando le tocó recitar un poema de Pushkin en la infancia. En el quinto capítulo, Pnin recuerda a su gran amor: Mira Belochkin, quien murió en un campo de concentración, pero que parece velar por él, ayudándolo a salir de los embrollos que generan las decisiones del protagonista. Quizá la idea de que los muertos acompañan a los vivos no sea más que un consuelo para John Shade y Timofey Pnin, pero la pluma del autor crea la ilusión de que es cierto, interviniendo para ayudar a sus personajes, como hace al final de Barra siniestra (en una escena que recuerda el final de Niebla de Unamuno): el autor entra en contacto con su criatura y le alivia el dolor por la pérdida de su hijo susurrándole que todo es ficción.

Vladimir Nabokov, ca. 1967. Fotografía por Giséle Freund
Vladimir Nabokov, ca. 1967. Fotografía por Giséle Freund

La estructura de Pálido fuego ha sido objeto de varios estudios debido a que permite varias lecturas. Como se mencionó, básicamente se cuenta la relación entre un poeta (John Shade) y un crítico literario (Charles Kinbote), quien, desafortunadamente, resulta ser el narrador y editor del último poema de Shade. Kinbote aprovecha que el poeta está muerto para apropiarse del poema y contar su escape de Zembla. Esta tensión entre narrador (Kinbote) y objeto artístico (el poeta y su obra) se aprecia como esbozo en Pnin. En el último capítulo descubrimos que el narrador cruel —aquel que detesta los finales felices porque el mal es la norma— es Vladimir Nabokov. Ante esta revelación, cualquier lector conocedor de la obra del ruso se sobresalta: en numerosas entrevistas y en su obra, Nabokov denuncia la crueldad macroscópica: los gobiernos contra los ciudadanos (el comunismo en Rusia); y la microscópica, que se produce en el trajín diario, como sucede en Pnin. Con este precedente, ¿cómo es posible que Nabokov se presente como el narrador de una novela en la que se hace mofa gratuita de un personaje que ni siquiera puede defenderse? Consciente de sus habilidades literarias, el narrador elige como tema de su libro a un ‘amigo de la infancia’, al que conoce desde que ambos vivían en Rusia y con quien ha coincidido en momentos claves de su vida: cuando niño, Nabokov visita la consulta del padre de Timofey; ya adultos, el narrador tiene un romance con Liza, quien luego se casa con Pnin; el último gran encuentro tendría lugar en Waindell, pero Pnin parte antes de la llegada del narrador, debido a que este técnicamente lo ha dejado sin trabajo. Considerando que su amistad no es tal, no resulta raro que el narrador nos presente a Pnin a través de un lente bastante sesgado.

Si bien la revelación de la identidad del narrador nos lleva a la relectura y a cuestionar las burlas constantes, que lamentablemente compartimos al inicio, hay un problema estructural: ¿cómo es posible que un narrador con esas características sea capaz de escribir los pasajes emotivos de Pnin, sus recuerdos de infancia, sus soliloquios, su secreta esperanza de que los muertos queridos velan por él? Se pueden esbozar dos respuestas: el narrador, ante un sujeto tan ‘pobre’ como Pnin, decide concederle esos momentos casi místicos para hacerlo más interesante; la otra respuesta es que Nabokov haya interferido como autor, ya que solo él es capaz de conocer a sus personajes más allá de las limitaciones que tiene un narrador testigo. Si retomamos nuestra hipótesis del laboratorio, tendría sentido que Nabokov se arriesgara a esbozar estas tensiones sin resolver en Pnin, ya que le sirvieron como práctica antes de crear al manipulador Kinbote.

Psdt.- Para disfrutar más el libro, se recomienda seguir el rastro de las ardillas que se cuelan en varios capítulos. [Rocío H.]

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