
Siempre hay recelo cuando se lee la obra de un autor del que no se ha escuchado nada antes, semejante a la aprensión que se experimenta cuando se empieza a conversar con un desconocido. Sin embargo, la maestría de quien empuña la pluma pronto teje tramas y estructuras que trastocan el tiempo y el espacio del lector, quien, al terminar la lectura, siente que no se está más ante un extraño, sino ante un amigo. Solo de esta manera puedo explicar mi primer acercamiento a la obra de uno de los escritores malditos de Alemania: Hanns Heinz Ewers.
Nacido en Düsseldorf en 1871, la educación esmerada de su madre lo acercó desde muy joven al arte, desde los clásicos hasta los ‘prohibidos’: el esoterismo, el paganismo y los dioses de todas las religiones alimentaron la imaginación del pequeño Ewers. Ya en la adolescencia la lectura de Nietzsche y, sobre todo, Stirner terminaría por influir en su peculiar concepción de la moral, como se puede leer en este fragmento de su diario:
Qué me importa a mí la moral. Soy un ser humano, tan bueno y tan malo como vosotros, y no puedo soportar ninguna moral. Afirmo que mis fechorías, que vosotros condenáis mil veces, no son ningún pecado, ¡yo soy mi propio juez y no hay ningún ser humano por encima de mí! ¡Tampoco ningún dios! Reconozco tan poco a una autoridad celestial, como a una terrenal […] Me someto a los estúpidos órdenes del mundo porque veo que de otro modo no puedo alcanzar nada, pero realmente no me gusta en absoluto. Eso a menudo me quita hasta tal punto la respiración que tengo la sensación de asfixiarme[1].
Con estos referentes no sorprende que su obra (cuentos y novelas[2]) explore terrenos grotescos, pesadillescos, exóticos, macabros, lo que motivó a la crítica a inscribirlo en el decadentismo finisecular y el romanticismo negro. Pese a ello, a diferencia del laconismo, la bohemia y la búsqueda del placer por el placer en sí mismo de los protagonistas de las obras de las corrientes citadas, los personajes de Hanns Heinz Ewers son apasionados y curiosos. Y esto no es un detalle menor, puesto que son características que atribuye a la mayoría de sus protagonistas alemanes. Se debe tener en cuenta que Ewers solía lamentar la falta de una Kulturnation, un elemento que uniera su país y lo colocara a la vanguardia de Europa[3]. En uno de sus cuentos señala que lo único que había en Alemania que lo diferenciaba de los demás países europeos era su fuerte población judía. Su postura filosemita no cambió hasta el día de su muerte, incluso su última amante era judía.
El modo de vida de Ewers le trajo problemas que incluso lo llevaron a la pobreza en varias etapas de su vida. Su excesivo consumo de alcohol y otros estupefacientes, sumado a su pasión por las mujeres hicieron que su reputación fuera puesta en entredicho en la sociedad alemana; sin embargo, su prosa elegante e incisiva le permitió vivir como autor durante algunos periodos de su vida y, al mismo tiempo, rindió lo suficiente como para permitirle viajar por el mundo: España, el Caribe, Uruguay, Perú, Estados Unidos, México, África, la India, China, etc., fueron algunos de los destinos. Su paso por estos lugares no fue anecdótico, ya que conocer sus costumbres, relatos orales, historia, entre otros, le sirvió como materia literaria. Basta mencionar que algunos de sus cuentos recrean rituales vudú, las extrañas costumbres de pueblos africanos, la rígida sociedad puritana de Rhode Island, el submundo de los “egipcios” de Illinois (migrantes de Eslovenia, Ucrania, etc., que vivían en condiciones cercanas a la esclavitud), las complicadas guerras intestinas en China, etc.
Pero un escritor maldito no debería ser juzgado así solo por cómo vivió, más bien importa conocer el derrotero de su obra, lo que hace que lo llamemos un “autor de culto”. Su desencanto por los problemas económicos que pasó Alemania luego de la Primera Guerra Mundial lo motivaron a inscribirse en el partido nazi. Según un rumor de la época, Hitler sentía admiración por la obra de Ewers y es probable que haya leído una de sus obras: La mandrágora (Alraune, en alemán), bastante celebrada, incluso tuvo veintiocho reimpresiones en ese entonces. Lo que sí es cierto es que el líder del partido nacionalsocialista le encomendó la tarea de escribir una novela de propaganda, en la que hablara sobre un ‘mártir’ del partido. Si bien Ewers cumplió la tarea y dedicó el libro a Hitler, la publicación le causó varios problemas. Las editoriales le dieron la espalda y en el interior del partido se escucharon voces que pedían que sacaran a Ewers porque su postura ideológica no concordaba con la del nacionalsocialismo (el libro no tiene referencias antisemitas). Su situación peligró a tal punto que tuvo que esconderse para evitar ser asesinado. Pero el golpe que lo afectó más vendría por otro lado: su obra fue prohibida en Alemania. Luego de acabada la Segunda Guerra Mundial, Ewers cayó en el olvido; su afiliación al partido nazi opacó totalmente su labor como escritor.
Murió el 12 de junio de 1943 en Berlín.
No existían traducciones al español de sus cuentos hasta que la gran editorial Valdemar[4] editó una antología de relatos: La araña y otros cuentos macabros y siniestros. Estos han sido tomados de los siguientes libros: Die Spinne. Seltsame Geschichten von Hanz Heinz Ewers, Geschichten des Grauens, Das Grauen. Seltsame Geschichten, Die Besessenen. Seltsame Geschichten. ¿Qué es lo que tienen en común estos cuentos? La mayoría son relatos de corte fantástico y de temática oscura (pero no exenta de humor), que giran en torno a misterios, a preguntas: ¿qué ocurre en una habitación de alquiler que obliga a sus arrendatarios a suicidarse?, ¿por qué un hombre está convencido de que se está convirtiendo en un naranjo?, ¿cuáles son las manos más bellas del mundo y cuál es el secreto que ocultan?, ¿por qué causa aversión la ‘salsa de tomate’ española?, ¿con quién conversa por las noches el ayudante del sepulturero?, ¿cómo ayudar a un violinista, quien pese al poder de su arte, no deja de ser un ejecutante de segunda? Pendiente del misterio, el lector sigue las pistas, aguarda las confesiones (orales o escritas), escucha conversaciones a puertas cerradas, presencia el espectáculo macabro, calla el secreto ante el desconcierto de los personajes, reconstruye la historia y arma un concierto de testimonios disonantes gracias al narrador. Termina un cuento y empieza otro con fascinación.
La colección trae diecinueve cuentos. En mi opinión, los más logrados son “La araña”, un cuento que traza paralelos entre los hábitos caníbales de las arañas luego del coito y los suicidios inexplicables en una habitación de alquiler; “La Mamaloi”, un alemán que vive años en Haití descubre los rituales vudú, que aúnan sacrificio y orgía, thanatos y eros; “La peor traición”, exquisito relato sobre necrofilia, en el que Jan Olieslagers —flamenco, pero alemán por cultura y educación— debe devolver un favor a Stephe, ayudándole en su trabajo en el cementerio y en sus despedidas nocturnas de las mujeres que lo llaman desde el más allá; “Eileen Carter”, un relato largo de una serie de desencuentros entre la bella, pero enigmática Eileen y su “salvador”, y la terrible noche en la que el padre de Eileen debe pagar el precio por suicidarse en un Estado en el que esta práctica está prohibida: prescindir de las honras fúnebres y ser enterrado en una fosa cavada en una encrucijada; “La esposa de Tophar”, divertido relato en el que el protagonista alquila una habitación que tiene un problema que pondrá en movimiento la acción del cuento: debe compartir junto con otro inquilino (un sujeto aparentemente insignificante) la única puerta de salida; “Amor supremo”, un bello relato en el que una mujer que ha escapado de los bolcheviques, bajo signos de evidente tortura, se sacrifica para ayudar a un violinista a alcanzar la perfección musical (los pasajes líricos del final son inolvidables); y “Las manos más bellas del mundo”, relato en el que el protagonista recorre China y sus misterios, y toma nota de su percepción de la belleza, tema que aprecia cuando conoce a una famosa singsonggirl, una especie de geisha japonesa, solo que es “libre e independiente, [y] puede regalar su arte y obsequiar su amor o venderlos, como quiera”.
Lo que gusta de Ewers es cómo maneja los componentes exóticos de sus cuentos. En lugar de enrarecerlos para acentuar el efecto fantástico y tratar de conservar su misterio, Ewers invita al lector a explorar sus secretos, a entender qué es lo que está ocurriendo, y esto lo logra haciendo que su protagonista tome parte. El horror viene luego, cuando el protagonista se ve involucrado (ya no es más un testigo, sino que debe acatar las reglas del mundo en el que ha participado) y es incapaz de escapar. El lector tampoco puede huir. Otra técnica que el autor emplea es revelar un dato irónico al final que nos hace cuestionar la narrativa previa, como sucede en “Amor supremo”. Los personajes de Ewers comparten con su creador su sentido de la moral ya explicado líneas arriba, un poco de escepticismo que siempre se deja de lado por la curiosidad, lealtad y fidelidad incluso en situaciones extremas y un sentido del humor que estremece a quienes no comprenden los entresijos de las oscuridad y las desviaciones naturales de los seres humanos. [Rocío H.]
[1] Fragmento tomado de la introducción del libro, escrita por José Rafael Hernández Arias, quien estuvo a cargo también de la traducción directa del alemán.
[2] También escribió poemas y el guion de El estudiante de Praga (1913).
[3] En los relatos góticos y de vampiros, sobre todo, se nota esta oposición entre Alemania y el resto de países europeos civilizados (Inglaterra especialmente), debido, entre otros, al folclore teutón y el de los países vecinos, además de la predominancia de la intuición sobre la razón que los románticos exacerbaron.
[4] También han publicado la novela La mandrágora.