La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata (1)

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Yasunari Kawabata

Leer a Kawabata en español es tener la certeza de que se tiene ante los ojos la Belleza, pero a través del velo de la traducción. Hay ciertos juegos de palabras (un solo ideograma puede tener varios significados) y alusiones (podemos leer un fragmento de la prosa de Kawabata y pasar por alto las referencias a la poesía clásica, por ejemplo) que se pierden en nuestro idioma. Y aun así, pese a saber que se tiene solo la sombra del original, la belleza de la prosa de Kawabata está ahí, en el movimiento de sus personajes, en los recuerdos de estos, en la naturaleza que los cobija y que cambia conforme estos personajes envejecen y sus reflexiones sobre la muerte y la soledad ocupan más de su tiempo. Solo hay que saber leer los símbolos y seguir las pequeñas cadenas que Kawabata va tejiendo con su prosa. Basta señalar como ejemplo la bella novela El sonido de la montaña y su motivo principal: el arce bonsái (las hojas de este árbol se tiñen de rojo intenso en otoño, estación íntimamente relacionada con la tristeza), que el protagonista, ya anciano, recuerda y entrelaza con la mujer que amó y que murió en la plenitud de su belleza. Amor, belleza, soledad, muerte, quizás estos sean los temas centrales de los cuentos y novelas de Kawabata.


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Yasunari Kawabata (1899 – 1972) nació en Osaka, y su infancia fue trágica, ya que tomó consciencia de la muerte y la soledad quizá muy pronto. Poco a poco fue perdiendo a cada uno de sus familiares cercanos: sus padres, su pequeña hermana, su abuela y, finalmente, su abuelo. A los dieciséis años Kawabata estaba solo en el mundo. Este hecho lo marcó profundamente. Años después, ya casado, su única hija falleció y decidió no tener más hijos. La razón que alegó fue evitar que otro ser se convirtiera en un huérfano como él. Más que incitar al morbo, esta mención biográfica busca entender el origen de su obsesión con la muerte, tema, que como ya mencioné, es capital en su obra.

Illustration du Genji Monogatari, 19ème siècle. Musée Saint-Remi à Reims.
Ilustración del siglo XIX del Genji monogatari. Museo Saint-Remi à Reims.

Toda sensibilidad debe cultivarse, y Kawabata decidió desde muy joven que iba a dedicarse a escribir. En 1920, inició sus estudios de Literatura Inglesa en la Universidad de Tokio, pero, como su objetivo era escribir, pronto optó por Literatura Japonesa, disciplina que le dejaba tiempo libre para dedicarse a la creación literaria. Formó parte de grupos culturales, escribió en revistas y empezó a publicar cuentos. Lo interesante en estas incursiones es ver cómo pasa del experimentalismo (se siente bastante atraído por la técnica del monólogo interior) y su interés por las vanguardias europeas a renovar su afecto por la literatura clásica japonesa (la relectura del Genji monogatari causó gran impresión en él; también reavivó su interés por otros textos, como El libro de la almohada y los haikus) y los textos budistas. Este giro se da porque Kawabata se propone rescatar el sentido poético de Japón, que —entiende él— aúna tristeza y belleza.

El sonido de la montaña
Portada de El sonido de la montaña.

Si bien la Segunda Guerra Mundial fue apoyada por varios artistas, Kawabata rechazó el militarismo y fue un tema que no mencionó directamente en su obra[1]. Una de las pocas excepciones es El sonido de la montaña, novela en la que alude negativamente a la guerra y se enfoca en la tristeza que deja, en la transitoriedad (el mono-no-aware, que es la respuesta a la fugaz percepción del sonido, las estaciones, los gestos, etc.). La obra de Kawabata se centra, en cambio, en los pequeños conflictos del día a día, en los recuerdos personales. Y si bien pareciera que se trata solo de una enumeración de la vida cotidiana, trasciende ello y logra que su obra sea universal, sin dejar de ser japonesa. Quizá esta fue una de las razones por las cuales recibió el Premio Nobel en 1968 (se convirtió, así, en el primer japonés en recibir el galardón). Como indica Mishima en la carta que escribió para recomendar a Kawabata para el Premio Nobel de Literatura de 1961:

Para muchos escritores del Japón moderno, los imperativos de la tradición y el deseo por crear una nueva literatura se mostraron casi inconciliables. El señor Kawabata, sin embargo, con su intuición de poeta, ha superado esta contradicción para convertirla en una síntesis. En todos sus escritos, desde su juventud hasta nuestros días, se encuentra, como una obsesión, el mismo tema: el contraste entre la soledad fundamental del hombre y la inalterable belleza que se aprehende intermitentemente en las fulguraciones del amor, como un rayo que de pronto pudiera revelar, en el corazón de la noche, las ramas de un árbol en plena floración.

kawabata y mishima
Mishima y Kawabata.

Kawabata se suicidó en 1972 sin dejar ninguna nota de explicación, pese a que había señalado previamente, a propósito del famoso suicidio de Akutagawa, que se encontraba en contra de esta práctica, puesto que no era una vía para alcanzar la iluminación. Se ha escrito bastante sobre esta decisión: algunos señalan que estaba enfermo y que no se había adaptado bien al ritmo trepidante que tomó su vida luego de la entrega del Nobel; otros indican, por el contrario, que el autor entró en depresión debido al suicidio de su discípulo y amigo Yukio Mishima[2].


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Portada de País de nieve.

Se suelen mencionar dos obras como cumbres de la producción de Kawabata: País de nieve (1935-37, la edición completa se publicó en 1948) y La casa de las bellas durmientes (1960-61). Sin embargo, no se debe dejar de lado el resto de libros traducidos del autor, que también son pequeñas piezas de arte (Kawabata fue un cultor de la obra breve, incluso creó microcuentos a los que llamó “palma de mano”): El sonido de la montaña (1949-54), Kioto (1961-1962), Lo bello y lo triste (1961-63), Mil grullas (1949-52), En el lago (1954), La bailarina de Izu (1926), El maestro de Go (1954), La pandilla de Asakusa (1929-30); y los relatos recopilados en Primera nieve en el monte Fuji (1958) e Historias de la palma de mano (1920-1972). Aquellos que quieran conocer más al autor y su relación con Mishima pueden revisar la Correspondencia (1945-1970). No debe olvidarse que, si bien hay traducciones de su obra al inglés y al español, se echa de menos una edición crítica de cada libro, puesto que no se trata de ‘obras terminadas’: Kawabata solía hacer modificaciones en sus novelas: añadía segmentos, cambiaba títulos y también pasajes enteros de sus novelas; incluso reescribió País de nieve en un cuento palma de mano.

En la segunda parte de la reseña, comentaré propiamente la novela. [Rocío Huatuco]


[1] Que no abordara este tema no significa que pasara por alto hablar de su época. La narrativa de Kawabata debemos entenderla como un crisol en el que se cuecen lo clásico y lo contemporáneo. Como señala Mishima en una de las cartas que envía al autor, fechada el 4 de agosto de 1969, a propósito del discurso que Kawabata dio en la entrega del Nobel, El bello Japón y yo: “En realidad, El bello Japón y yo se me presenta como una antología admirable y sin igual, en el sentido de que este texto capta y expone, de manera clara y concisa, lo que nadie hasta ahora había puesto a la luz de manera clara y coherente: las ínfimas corrientes azuladas que forman el agua profunda de la literatura japonesa. Entre las múltiples e interesantes citas que se suceden en su texto y que, falto de conocimientos suficientes, yo ignoraba, hay una que quedó grabada en mí y que no olvidaré: la de los Cuentos de Ise, que habla de ‘racimos de glicina de casi noventa centímetros”. Estos racimos, doblándose por su propio peso al punto de exceder las páginas de su ensayo, cubren con su floración el universo búdico e invaden nuestro mundo por su exuberancia, lo ocupan en silencio. […] Por otra parte, me impresionó, como ya le dije, cuando evoca temas en apariencia de una gracia extrema, cómo lanza a veces en los giros de una frase ciertas reflexiones, en especial sobre el lazo predestinado y aterrador que existe entre una literatura y su época…”.

[2] En la carta fechada el 4 de agosto de 1969, Mishima expresa hasta qué punto le era importante la amistad de su maestro: “Digo cosas cada vez más tontas, que seguramente le harán sonreír, pero de lo que tengo miedo no es de la muerte, sino de qué será del honor de mi familia después de mi muerte. Si alguna vez me sucediera algo, supongo que el mundo lo aprovecharía para sacar sus dientes, marcar mis menores defectos y hacer trizas mi reputación. Esto me da igual que si se burlaran de mí estando vivo, pero la idea de que se rían de mis hijos después de mi muerte me resulta insoportable. Seguramente, usted es la única persona que puede preservarlos de esto, así pues se los entrego completamente para el futuro”. En las exequias del escritor (Mishima practicó el harakiri el 25 de noviembre de 1970), Kawabata leyó este pasaje de la carta.

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