
La primera vez que escuché el nombre de Dino Buzzati fue en una clase de Literatura Italiana. Leí El desierto de los tártaros, su obra maestra, y fue una excelente experiencia. El libro cuenta la historia de Giovanni Drogo, quien es destacado a la última frontera, un lugar en el que no pasa absolutamente nada. Sin embargo, en esos días que parecen repetirse monótonamente y que consumen su existencia (su juventud pronto se transforma en vejez), él nota el avance de los enemigos: ¡los tártaros están acercándose! Si toda la novela fluye con lentitud, el ritmo se acelera al final. Es irónico cómo en la vejez la vida pasa más rápido de lo que se quisiera. Animada por la lectura de este libro, busqué otros más del autor: afortunadamente, parte de sus novelas y cuentos ha sido traducida al español, mas no sus obras de teatro ni sus crónicas periodísticas (salvo El Giro de Italia, a cargo de la editorial Gallo Nero).
Dino Buzzati nació en octubre de 1906, en Belluno, y murió en enero de 1972, en Milano. Fue periodista, dramaturgo, escritor de novelas y cuentos, que es como más se le conoce. También escribió poesía y creó novelas gráficas. Estudió Derecho, pero luego ingresó como cronista al diario Corriere della Sera. Además de dedicarse a la escritura, también fue escenógrafo y pintor.
Se ha señalado a menudo que sus primeras obras, Bárnabo de las montañas (1933) y El secreto del bosque viejo (1935) (ambas novelas en editorial Gadir), tienen influencia del surrealismo y de Kafka; esto, junto con el simbolismo y el absurdo, sentará la base del estilo de su producción posterior. Luego de estas novelas publicó, en 1940, su libro más celebrado: El desierto de los tártaros (en Gadir —esta edición viene con un prólogo de Borges— y en Alianza Editorial). Siguieron a este, El gran retrato (1960) y Un amor (1963) (ambas en Gadir)[1]. La temática de las novelas difiere bastante (el tema militar de El desierto… es desplazado por el tema amoroso, en tono de ciencia ficción, de El gran retrato, por ejemplo), lo que nos muestra la diversidad de intereses del autor, diversidad que se encuentra, sobre todo, en sus cuentos. En español, tenemos las siguientes colecciones en la editorial Acantilado: Sesenta relatos (1958), El colombre (1966) y Las noches difíciles (1971). A continuación comentaré El colombre.

Traducido por Mercedes Corral, este libro agrupa cuarenta y cuatro cuentos. Todos, exceptuando el último, «Viaje a los Infiernos del siglo», son cuentos breves (tienen apenas entre tres y cuatro páginas). Como mencionaba, la temática es variada: hay relatos de corte amoroso («Un turbio amor», «La pequeña Circe» y «La lata de conserva»), otros que funcionan como fábulas («El colombre» —cuento que da título al libro y que trata sobre un niño que avista un colombre, un terrible pez que anuncia su futura muerte— y «Cazadores de viejos») y otros que tienen que ver con la actividad periodística («Carta al señor director» y «El ubicuo»). Sin embargo, lo que más destaca es la ironía que recorre cada cuento, no hay finales felices, tampoco trágicos, digamos que son finales propios de la condición humana. Esto se aprecia, sobre todo, en los cuentos de temática amorosa (o de desamor); por ejemplo, en el relato «El perro vacío», Buzzati nos cuenta la historia de Nora, quien afronta su primera Nochebuena sola, en compañía de su bulldog Glub. Este can fue lo único que le dejó su expareja, por lo que le ha tomado bastante afecto. Sin embargo, esa mañana, sucede lo terrible: Glub se ha quedado ciego y Nora, completamente sola, no sabe qué hacer. En un arranque de desesperación, pide una cita con un famoso oftalmólogo: él la recibe contra todo pronóstico (es Navidad y, evidentemente, no está especializado en animales); además, en la sala de espera, todas las personas muestran interés en ella y en el perro. La alegría termina nada más salir de la clínica. La soledad la abruma mientras busca un taxi que la lleve a casa. El frío y los sollozos de Glub aumentan… La gente la empuja al pasar, todos alegres y cargados de regalos; esto hace que Nora recuerde a su amado, quien quizá pase la noche acompañado por alguna mujer, siempre más guapa y más joven que ella. Entonces, la revelación se manifiesta:
El taxi no venía, debía de haber pasado una hora, el perro gemía de frío con cavernosos lamentos y ella no podía consolarle. ¡Qué terrible es sentirse un extraño en plena Navidad, no recibir una sola mirada de amor! Finalmente comprendió que el pobre Glub, el bulldog, no podía servirle de nada. Aunque hubiera vuelto a ver y, en lugar de dos, hubiera tenido cientos de ojos llenos de luz, tampoco habría servido de nada. Porque Glub era simplemente un perro que, en el fondo, no sabía nada de ella ni de su pena. Y de él, el amado lejano, no había quedado en el perro ni una sola partícula, ni un hálito, ni el menor atisbo. El perro estaba vacío.
La revelación es terrible y la escena final dibuja con precisión la soledad y el desamor, porque si bien Nora descubre que Glub está vacío, también se entiende que ella lo está.

Con maestría, Buzzati nos invita a recorrer diferentes facetas de amor no correspondido. Tres de los más interesantes tienen que ver con situaciones inusuales, maravillosas. En “Un turbio amor”, Ubaldo Résera pasea tranquilamente por una calle cuando recibe el impacto del amor (una situación parecida sucede en “¿Y si?”, cuento en el que un poeta se pregunta qué pasaría si hablara con la desconocida con la que acaba de cruzarse), pero el objeto de su amor no es una mujer, sino una casa, un palacete de dos pisos. Ubaldo está casado, pero eso no impide que concrete su amor: compra la casa, pese a los sollozos de su esposa, quien sospecha una infidelidad (pero, claro, no imagina que la amante es una casa). Ya ‘casado’, la relación se enfría, como correspondería con cualquier matrimonio que cae en la rutina, pero la casa no está dispuesta a someterse al agobio del día a día y empieza a coquetear con otro transeúnte que la visita, en secreto, cada noche. En “Suicidio en el parque” somos testigos de una transformación por amor con un final trágico: Stefano y Faustina llevan casados un buen tiempo y son felices, pero llega la edad en la que Stefano quiere recuperar el tiempo perdido de su juventud, por lo que arde en deseos de conseguir un auto nuevo. La situación pronto agobia a Faustina, quien, a diferencia de Dafne que se transforma en sauce para huir del ardor de Apolo, se convierte en un auto para acercarse nuevamente a su marido. La felicidad dura el tiempo que el auto funciona a plenitud, pero pronto empiezan los achaques y, para Stefano, Faustina no es más que un coche viejo… Por último, en “Pequeña Circe” somos testigos con Buzzati, que actúa como narrador testigo, de la transformación de Umberto Scandri, quien está dispuesto a perder su dignidad a cambio de una caricia de Lunella. Sobre esta relación enfermiza, Buzzati apunta: “Con un sinfín de pormenores inútiles y fastidiosos, me contó quién era, lo mal que le trataba y cómo no podía vivir sin ella; en fin, una más de las muchas historias lamentables de este extravagante mundo”. Al igual que la Circe de la Odisea, Lunella se ha rodeado de hombres que mueren por ella, pero a los que no termina de aceptar, salvo transformados en animales.

Los personajes de Buzzati parecen estar siempre a la espera de algo, de alguna revelación que se produce en un ambiente cotidiano que, la mayoría de las veces, transmuta en maravilloso (cada vez que se producen algunos de estos giros los personajes no se asombran ni lo cuestionan, más bien buscan conseguir algún beneficio al ver trastocadas las leyes de la realidad; o bien las aceptan con resignación). Más que buscar la maravilla o lo fantástico, Buzzati busca exagerar la realidad para que, con mordaz ironía y divertimento cruel, atisbemos la magnitud de la tragedia humana (la deshumanización, la burocracia, el imperio de la máquina y el ‘progreso’, el amor no correspondido, la crueldad, la falta de empatía, etc.). Si al final nos saca una sonrisa, esta es más bien amarga. Al leer sus desventuras, sus tristezas, su soledad, sus vilezas, uno no puede evitar identificarse a la espera de una catarsis. Junto a estos personajes, aparece Buzzati, quien, como personaje o como narrador, busca quebrar los límites de la ficción. ¡Señores, estos relatos no son solo palabras!, pareciera decirnos.
En los cuentos de El colombre hay dos personajes y ambientes que destacan más: Dios y el diablo. Para Buzzati, el Cielo no es más que la burocracia en estado puro (“La creación”) en la que abundan los “pelmazos” (“Es verdad que tenía una cara muy inteligente, pero era tan petulante…”), y debido a la imaginación de uno de ellos Dios da vida al ser humano, porque “en época de creación, era legítimo ser optimista”. En “El globito”, vemos a un santo apostar con otro a que no encuentra una sola persona feliz, porque, pese al “crecimiento económico”, sería casi un milagro que existiera una. “La caída del santo” es una relectura del mito bíblico en el que los ángeles descienden a la tierra para procrear; en este caso, san Hermógenes le pide a Dios que le dé permiso para unirse a un grupo de jóvenes que vive pensando en lo brillante que será su futuro: “Había visto, durante un breve instante, a unos jóvenes, hombres y mujeres, en el umbral de la vida, había reconocido la esperanza terrible de los veinte años que creía haber olvidado, había vuelto a encontrar la fuerza, el ímpetu”. Finalmente, también hay cuentos que se centran en el estrato terrenal del Cielo: el sacerdocio, la burocracia celeste en tierra. En “El altar”, un sacerdote europeo, recientemente llegado a la gran Nueva York, tiene una experiencia ominosa con la figura de cera de un papa; mientras que en “La humildad” un fraile recibe la visita de un sacerdote, quien va a confesarse con él a lo largo de casi toda su vida porque teme pecar de orgulloso (el peor de los pecados, el que recorre todo el Infierno dantesco): “¿Es preciso contar con pelos y señales cómo el anónimo curita volvió a aparecer un día mucho más viejo, también él más canoso, encorvado y seco? ¿Y cómo seguía atormentado por el mismo remordimiento?”.

Los cuentos en los que aparece el diablo, sin embargo, son un poco más interesantes porque nos permiten recorrer todos los pecados del Infierno y ver cómo esta criatura adopta diferentes disfraces para lograr sus objetivos. En “La factura”, el diablo se presenta como un espíritu que cobra deudas; su víctima más reciente es un poeta que acaba de ser nombrado el mejor del mundo, pero ahora le toca pagar la deuda que ha contraído escribiendo sobre un dolor que no es el suyo: “El arte es el lujo que se paga más caro. Y la poesía más que todas las artes. Las aflicciones y el llanto, gracias a los cuales tus versos se convertían en lenguas de fuego, los tomabas prestados de las desventuras ajenas. Y cada una de tus obras maestras es una deuda. ¿Creías tenerlo todo a cambio de nada? Debes pagar”. En “La chaqueta embrujada”, un misterioso sastre confecciona el traje perfecto que tiene un pequeño secreto: se puede sacar del bolsillo de la chaqueta cuantos billetes se necesiten; pero ¿a cambio de qué?, se preguntarán el protagonista y el inocente lector (en este relato es inevitable reconocer el cuento tradicional del pacto con el diablo, solo que en este caso el pacto es unilateral, nuestro personaje es elegido por Satanás). En “El ascensor”, vemos a un diablo socarrón que cumple el deseo angustiante de Buzzati (el autor se convierte en protagonista): poder hablar con la mujer que le atrae, una sirvienta que trabaja en el edificio en el que él vive. Pero le ayuda de un modo misterioso: el ascensor en el que los tres bajan (el diablo se presenta como un señor de cincuenta años, “polivalente: comerciante, filósofo, médico, contable, pirotécnico, depende de la situación”) desciende hasta el subsuelo y no se detiene hasta que ella corresponde los sentimientos de Buzzati y acepta casarse con él; en ese momento, el ascensor empieza a subir. ¿Puede la relación prosperar en esta nueva circunstancia? En el cuento “Yago”, el diablo es un espíritu que nos demuestra la eficiencia de su labor como creador de celos, al estilo del Yago de Shakespeare; para ello elige un sujeto de prueba al azar: un joven que despide a su amada, quien toma un taxi para ir a su casa. Yago lo atormenta: ¿por qué el taxi ha tomado una ruta que no es usual?, ¿a dónde iría ella?, ¿tendrá algo que ver el Maserati que casualmente pasaba por ahí? Finalmente tenemos “Viaje a los Infiernos del siglo”, el cuento más largo de la colección. Buzzati recibe el encargo de escribir una crónica sobre un supuesto túnel que lleva al Infierno, un lugar idéntico a este (“aparentemente es todo como aquí, y que los hombres son de carne y hueso, no como los de Dante”), pero que está regentado por diablesas. En este lugar, el narrador es testigo de primera mano de situaciones infernales, semejantes a las que vivimos día a día, pero que, a través de los ojos del cronista, notamos que no pueden ser normales, que no deberían serlo.
Mención aparte merece el cuento “Dos conductores”, un relato que Buzzati dedica a su madre. El autor/narrador se pregunta con insistencia de qué conversarán los dos conductores del coche fúnebre en el que trasladan el cuerpo de su madre, porque esas serán las últimas palabras que ella va a escuchar. Estas reflexiones motivan que el narrador recuerde y confiese el remordimiento que siente por no haber pasado más tiempo con ella:
“¿Y a cenar?”. Dios mío, qué deseo tan inocente y tan grande, pero a la vez tan minúsculo, había en esa pregunta. No pedía, no pretendía, solo preguntaba.
Pero yo tenía citas estúpidas, tenía chicas que no me querían y a las que en el fondo yo les importaba un bledo, y la idea de regresar a las ocho y media a la casa triste, envenenada por la vejez y por la enfermedad, ya contaminada por la muerte, me repugnaba, ¿por qué no se ha de tener el valor de confesar estas cosas horribles cuando son verdad?”.
El narrador busca expiar su culpa, pese a que intuye que su madre ya lo ha perdonado. El final es conmovedor. Se atisba cierta esperanza de comunión entre el hijo y la madre, “Pero el encanto dura muy poco, una hora y media, no más. Después, la jornada empieza a molerme con sus áridas ruedas”.
Para terminar, solo queda explicar un aspecto que se ha ido mencionando previamente: los relatos de Buzzati están escritos en un lenguaje moderno, pero muchas veces sus bases están en la mitología, la literatura clásica, Dante (y cómo no, si podríamos considerarlo el padre de la literatura italiana) y los cuentos populares. Esto, además de la maestría con la que están narradas las historias, hace que su legado trascienda su época y sea universal. La obra de Buzzati nos interpela como lectores, como personas, porque explora diversos registros y sabe destacar lo que de verdad importa: lo humano, con su bajeza y su grandeza. Es un escritor que, sin duda, merece ser leído y releído. [Rocío Huatuco]
Las citas responden a la siguiente edición del libro: 2008 El colombre. Traducido por Mercedes Corral. Primera edición. Barcelona: Acantilado.
[1] La producción del autor fue vasta; he mencionado solo los libros más importantes. Se puede consultar el catálogo de sus obras en la página web dedicada al autor.