La violencia del tiempo, de Miguel Gutiérrez

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La violencia del tiempo (1991) es un texto inaudito dentro de la tradición de la narrativa peruana. Inaudito por su desmesurada extensión, por la ambición de su planteamiento, pero también por ser una obra fácilmente aceptada dentro del canon, a pesar de ser raramente leída y comentada —paradójicamente, dado el proyecto político que representa— fuera de un estrecho círculo académico. Aparece en un momento crucial para la historia del Perú, un año antes de la captura de Abimael Guzmán, el comienzo del fin de la subversión de Sendero Luminoso, y del autogolpe del gobierno de Alberto Fujimori: eventos encarnados en la trayectoria vital de su autor, Miguel Gutiérrez, cuya biografía se hila trágicamente con el destino del país. Hoy el escritor piurano, ex miembro del Grupo Narración, es un respetado novelista y ensayista, cuyo lugar en el campo literario oscila entre la aceptación y el secreto, la consagración y el silencio.

A pesar de que el texto recrea un mundo convulsionado y en crisis, no representa la realidad de la Guerra Interna al modo de las hoy comentadas “novelas de la violencia política”, sino que su autor se propone rastrearla desde la Historia. Puede afirmarse que tres son los hilos que articulan la novela: la familia, el mundo y la literatura. El protagonista de la novela es el joven Martín Villar, quien se obsesiona por indagar el origen de su familia. Así, a través del acceso a distintas fuentes, como los diarios de su padre o testimonios de familiares, reconstruye la dolorosa historia de los Villar por cuatro generaciones: desde el soldado español Miguel Villar, quien viola a la india Sacramento Chira, pasando por el bisabuelo Cruz y el abuelo Santos, hasta llegar a la propia historia de Martín (notable y fundamental es el amorío entre Primorosa Villar y el odiado hacendado Odar Benalcázar, lo que permite una vasta descripción de los conflictos sociales de Piura y el pueblo de Congará, verdadera fuente de donde mana el relato).

Junto con la historia privada de los Villar, aparecen otros personajes cuyas vidas confluyen momentáneamente con las de los personajes principales, pero pronto adquieren autonomía. Como novela coral o total, La violencia del tiempo se compone no de uno, sino de diversos relatos yuxtapuestos que aspiran a crear un fresco de la realidad. El nexo que vincula las narraciones de la Guerra Franco Prusiana, la Comuna de París, la Guerra del Pacífico, la peste de Congará y las revueltas de Barcelona de comienzos del siglo XX es la representación de sucesos apocalípticos que remecen la sociedad, casi siempre en relación a los grandes movimientos populares de lucha por la justicia. Podría postularse que estos escenarios se configuran como espejos de una realidad no nombrada, la peruana (casi metáforas de la violencia política que atravesaba el país), al mismo tiempo que acentúan el vínculo entre la historia local con el devenir nacional y universal.

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La violencia del tiempo
Primera edición. Milla Batres, 1991.

Por último, la otra arista de la obra es la vocación literaria de Martín Villar, cuyo proyecto máximo, una novela que narre el destino de sus antepasados, se confunde con el cuerpo de La violencia del tiempo. Así, además de las eventuales reflexiones metaliterarias del texto (cf. “Los antepasados de Sacramento Chira”, cuando su amigo J. L. Díaz funge de mordaz crítico literario al analizar un conjunto de cuentos escritos por Martín), existe un desdoblamiento constante: el lector no es el único receptor de la obra, sino también personajes como Deyanira Urribari o Zoila Chira, quienes a menudo interrumpen su curso para hacer acotaciones o preguntas. Este recurso es explotado al máximo en la primera parte del capítulo XII, “La Churupaca”, en que el narrador presenta las dificultades que tuvo Martín para relatar el regreso de Primorosa Villar a Congará. El capítulo “nunca se llega a escribir”, por lo que solo aparecen borradores y escenas dispersas, habitualmente precedidas de algún comentario del narrador. Paradójicamente, al incorporar estos fragmentos a la novela, el capítulo realmente “se escribe”, como se evidencia en el diálogo final entre Martín y Zoila Chira:

Puedes explicarme, Martín, ¿por qué ha escrito de esa manera este capítulo?

—¡Pero si no lo he escrito, querida! No pude escribirlo. No pude. Pero lo he dejado entre los otros capítulos para que quede testimonio de mi fracaso.

Uno de los paradigmas para la escritura de La violencia del tiempo es el Ulises, en tanto muchos capítulos son narrados desde perspectivas o técnicas diversas. Si bien es evidente que el texto de Gutiérrez no es tan oscuro como su predecesor, también lo es el énfasis en el aprovechamiento máximo de los recursos novelescos. Confluyen la narración coral, como la conversación de las lloronas en el velorio de Santos Villar; la descripción de lugares, por ejemplo las calles de Piura, al modo del realismo decimonónico; la inserción de textos compuestos por los personajes, como los diarios del Dr. González y de Bauman de Metz, o algún relato de Martín Villar; el empleo del guion teatral (cf. “El agravio”), el monólogo (cf. Catalino Villar, al incio de la novela) o la sátira (el apartado dedicado a Tintín Candamo), todos estos bastante joyceanos; así como la yuxtaposición de escenas e imágenes con aliento poético, recurso que domina el fabuloso capítulo dedicado a las experiencias con el San Pedro del protagonista (cf. “El cactus dorado”).

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Desde cierta lectura, La violencia del tiempo, a través de la tortuosa historia de los Villar, metáfora de la nación, representa el desmembramiento de la sociedad peruana y la inviabilidad de su reconstrucción. No obstante, cabe señalar que la rebeldía de los Villar (sobre todo de los hermanos Santos, Isidoro y Silvestre) es reivindicada en tanto obedece al rechazo de la injusticia y a los abusos de los poderosos. La violencia se justifica en esos casos, se sugiere a lo largo de la novela en diversas ocasiones: los fracasos, como la Comuna parisina o la rebelión de los chalacos, son anuncios de aquello que llegará. La trayectoria de Martín Villar, quien rechaza un promisorio futuro en el mundo académico para convertirse en profesor rural en el caserío El Conchal, donde convive con su alumna Zoila Chira y escribe la novela, tiene de alejamiento del “mundanal ruido” en pos del autoconocimiento. Pero Martín es potencialmente un revolucionario, como lo evidencian sus cuestionamientos, nunca resueltos, acerca de la relación entre sus convicciones, su vocación literaria y la acción. En La violencia del tiempo, la utopía es una posibilidad que no se clausura ni se lleva a cabo. De ahí que no haya sido la “novela del partido” como muchos esperaban: su alejamiento de las certezas del realismo socialista, su adentramiento en la ambigüedad moral del hombre, repercutieron en la imposibilidad de utilizarla como instrumento de propaganda y adoctrinamiento ideológico. [Mateo Díaz Choza]

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