
En el primer tomo de la biografía definitiva de Nabokov, Los años rusos, escrita por Brian Boyd, encontramos un perfil de Véra Slónim (5 de enero de 1902, Rusia – 7 de abril de 1991, Suiza), que resume la intensa vida de la mujer con la que el escritor compartió su vida durante cincuenta y dos años, desde el 15 de abril de 1925 (se conocieron dos años antes) hasta el 2 de julio de 1977, cuando Vladimir Nabokov falleció por complicaciones pulmonares.
Véra Slónim era muy culta, inteligente, imaginativa. Al igual que Nabokov, tenía tendencia a la sinestesia, se deleitaba con nimiedades que era fácil pasar por alto, experimentaba un sentimiento de maravilla ante el mundo. Tenía muchísima memoria, especialmente para los recuerdos de la infancia y para todo lo que estuviera en verso. En quince minutos se aprendía de memoria un breve poema lírico y se sabía no solamente pasajes enteros de Pushkin y del Homero de Zhukovski, sino virtualmente todas las líneas en verso escritas por Nabokov. Este valoraba especialmente en ella el mejor sentido del humor de todas las mujeres a las que había conocido en su vida.
En otros aspectos es muy diferente de Nabokov. Se interesa por la política. Reconoce su disposición a ver el lado negativo de las cosas y las personas antes que el positivo, mientras que Nabokov, a pesar de sus ataques despiadados contra la vulgaridad, ya fuera tosca o refinada, creía en la bondad fundamental de la vida y ello influía en sus juicios. Rígida, resuelta, dotada de firme voluntad, Véra juzga a las personas con severidad y no tolera el menor asomo de póshlost[1] o crueldad. De naturaleza suspicaz, siempre se ha asegurado de que podría defenderse a sí misma o defender a sus seres queridos. En Berlín llevaba una pistola encima. Las lecciones de boxeo y esgrima de V. D. Nabokov, el boxeo y la lucha de Nabokov hijo, y el sentido del honor propio de duelistas que ambos tenían eran cosas que ella comprendía sin dificultad […]
Defensora celosa de su intimidad, Véra Nabokov nunca pretendió para sí misma la menor gloria en el éxito de su esposo. “Cuanto más fuera me deje usted”, me indicó cuando empezaba a preparar el libro, “más se acercará a la verdad”. De hecho, en su dedicación a la literatura y a Vladimir Nabokov, Véra sería su esposa, musa y lectora ideal; su secretaria, mecanógrafa, editora, correctora de pruebas, traductora y bibliógrafa; su agente, administradora, asesora jurídica y chofer; su ayudante en la preparación de libros, su ayudante en la enseñanza y su suplente en la cátedra. Pero nunca, afirma ella, su modelo: Nabokov siempre “tuvo el buen gusto de no meterme en sus libros”[2].
No se conservan las cartas que Véra le escribiera a Nabokov, pero, como comenté en la primera entrega de esta reseña, podemos conocerla a través de las misivas que el escritor le enviaba. La correspondencia abarca toda la vida de ambos y es posible identificar cuatro grandes etapas: el noviazgo y los primeros años de matrimonio en Berlín; las giras literarias del escritor en Francia e Inglaterra, principalmente; la larga vida como profesor en Estados Unidos (y el éxito de Lolita); y, finalmente, el regreso al locus amoenus: Europa, Suiza. El idioma en el que ambos se comunicaban era el ruso, aunque hay frases en inglés y francés que los traductores han respetado, tanto en la edición inglesa como en la española.
I

La relación empezó cuando se conocieron en un baile de máscaras, el 26 de julio de 1923. Este mágico momento inspiró a Vladimir el poema “Encuentro”, cuyo epígrafe es un verso de “Incógnita”, de Aleksandr Blok —el poema fue compuesto en mayo, tres semanas después del baile—. Podríamos considerar que este texto inauguró la correspondencia entre ambos. Si en el poema el escritor se preguntaba: “¿Y si tú fueras mi destino?”, en la primera carta despeja sus dudas y escribe maravillado (sorprenden estas líneas ya que ambos no volvieron a verse hasta el regreso de Nabokov a Berlín luego de una breve estancia en el sur de Francia, donde trabajó como recolector):
No lo voy a ocultar: estoy tan desacostumbrado a que, en fin, me comprendan; tan desacostumbrado, digo, que en los primeros minutos de nuestro encuentro pensé: esto es una broma, un engaño, una mascarada… Pero además… Hay cosas de las que cuesta hablar: es como si les quitases su maravilloso polen al rozarlas con palabras… Me llegan cartas de casa que hablan de flores enigmáticas. Eres preciosa […]. Te necesito, sí, mi cuento de hadas. Porque tú eres la única persona con la que puedo hablar, ya sea del matiz de una nube, del tintineo de un pensamiento o de que hoy, cuando fui a trabajar, miré a la cara a un girasol alto, y él me sonrió con todas sus semillas.
Ya en Berlín, el tono de las cartas se intensifica, si bien ambos se veían a menudo. Mientras ellos escribían estas notas apasionadas, los berlineses se las arreglaban como podían debido a la inflación (esta situación empieza a preocuparlos más adelante, y como evidencia queda la mención de que Rul se vuelve impagable). El 8 de noviembre del mismo año, escribe:
¿Cómo explicarte a ti, mi dicha, mi admirable felicidad de oro, hasta qué punto soy tuyo, con todos mis recuerdos, mis poemas, arrebatos, torbellinos interiores? Explicarte que no puedo escribir una sola palabra sin escuchar cómo la pronunciarías tú ni recordar cualquier nimiedad vivida sin lamentar —¡tan hondamente!— no haberla compartido contigo, ya sea la más personal e indecible, o una simple puesta de sol cualquiera en el recodo de un camino… ¿Entiendes lo que quiero decir, mi felicidad?
[…]
Y quiero decir antes que nada que tú seas feliz, y me parece que yo podría darte esa felicidad —una felicidad soleada, sencilla—, en absoluto común.
[…]
Entraste a mi vida, pero no como quien hace una visita corta e improvisada (ya sabes, “sin quitarse el sombrero”), sino como quien se adentra en un reino donde todos los ríos han esperado tu reflejo y todos los caminos, tus pasos.

Luego de la muerte del patriarca de la familia y debido a la difícil situación económica en Berlín, Elena Nabokov y sus hijos se trasladaron a Praga, lugar donde recibieron una pensión del Estado checo. La familia se separó a fines de 1923: Vladimir los acompañó para ayudarlos con el traslado, pero regresó a Berlín para continuar con su labor de escritor y preparar el inicio de una nueva etapa en su vida. El 12 de julio de 1924 Nabokov visitó a su madre y le anunció que estaba comprometido con Véra. La boda se realizó el 15 de abril de 1925 en el ayuntamiento de Berlín; fue una ceremonia más bien sencilla en la que solo estuvieron presentes dos conocidos que fungieron como testigos. Como es de esperar, no hay cartas que registren este evento. Estas nos hablan más bien de aquellos momentos en que los esposos se separaban: cada vez que Vladimir viajaba a Praga a visitar a su familia o cuando Véra se ausentó para descansar en una serie de sanatorios suizos (el mal clima la obligó a trasladarse varias veces).
Cuando viajaba a Praga, Nabokov escribía acerca de los problemas económicos de su familia; el estado de pobreza en el que vivían: había insectos en la casa, incluso roedores (Vladimir detalla que sacó a un ratón de la casa para evitar que lo mataran); las habitaciones eran frías y poco convenientes en invierno; etc. En Habla, memoria recuerda que su madre conservaba todo el tiempo el anillo de su esposo, unido mediante un hilo al de ella, pues era más grande y temía perderlo. Cuando no escribe sobre la impotencia que siente por no poder ayudar en casa, le cuenta detalladamente a Véra las veladas literarias a las que asiste para leer sus poemas, a modo de difusión de su obra (en ese entonces firmaba como Sirin).
Las cartas que escribe a Véra mientras ella está recuperándose ocupan gran parte del libro, lo que invita a pensar que Véra estuvo en Suiza durante meses, pero al ver las fechas comprobamos que el tiempo es corto: van del 26 de junio al 19 de julio de 1926. Lo que hace que este fajo de correspondencia parezca voluminoso es, principalmente, la extensión de las cartas y el hecho de que Vladimir le escribiera casi a diario. Estas cartas son interesantes no solo por el evidente valor sentimental que está presente en cada palabra que Nabokov escribe, sino también por su valor documental, ya que el escritor registra su rutina: las horas que dedica a recorrer Berlín, incluso bajo la intensa lluvia, para dictar clases particulares o pasar el tiempo con alguno de sus pupilos visitando algún bosque cercano o jugando tenis; le cuenta también sobre la menudencia del día a día: la compra de papel y estampillas para enviar las cartas, los pagos a la casera por la habitación, qué le servían de comida, etc. Comenta, además, que adquiría libros en una pequeña librería y sabemos, por eso, que leía bastante y que, incluso, le gustaba revisar libros comunistas para luego suspirar hondamente por la pérdida de la patria querida y el lamentable estado de las letras rusas. Le comenta también sus proyectos literarios: los cuentos que esboza, los poemas que escribe y sus piezas de teatro.
Se debe recordar que Berlín fue una de las primeras ciudades que acogió a los exiliados rusos, quienes se agrupaban en comunidades para evitar perder su identidad. Por ello, son frecuentes las menciones de Vladimir a veladas literarias en las que se leía a los poetas clásicos y los noveles, incluido él mismo. Además, también se promovía la creación de diarios y revistas para la comunidad rusa, como Rul, en las que Vladimir colaboraba, bien con textos de ficción y poemas, o bien con críticas, reseñas y traducciones. Por estas razones se habla de una fuerte actividad cultural rusa a principios de la década del veinte. Pero también, y esto se suele omitir, no solo se difundía la ‘alta cultura’, sino también la cultura popular, sobre todo, en los cabarets, donde se ofrecían pequeñas piezas teatrales (cómicas, sobre todo), bailes, etc. Parte de los ingresos que obtenía Nabokov provenía de las piezas de variedades que componía para estos eventos.
Para evitar que Véra se aburriera, Nabokov le enviaba, también, dibujos; pequeños juegos, como acertijos, laberintos y crucigramas; un cuestionario extenso similar al famoso Cuestionario Proust; entre otros. Aparentemente Véra resolvió con éxito casi todos los acertijos, hecho admirable para los editores del libro, quienes elaboraron un solucionario y lo incluyeron como apéndice. La encargada de la sección, Gennady Barabtarlo, explica al respecto: “Sin embargo, lo que en 1926 planteó pocos problemas para la mujer de Nabokov, quien probablemente no disponía de material de consulta, resultó ser todo un reto para sus editores, con acceso a Internet, un siglo más tarde. Hubo que unir el esfuerzo de tres mentes para resolver estos acertijos, con algunas soluciones discutibles. Es ocioso, por supuesto, tratar de igualar el ingenio al logopoeta Nabokov”.
II

Las cartas de 1932 se perdieron, pero se conservan algunas grabaciones de fragmentos que Véra leyó a Brian Boyd. Este año empezó la primera gira de Nabokov a París (22 de octubre al 25 de noviembre), en busca de contactos y medios para difundir su obra y conseguir fondos para su familia (además de ver por su esposa, le preocupaba la situación de su madre y hermanos). En 1936 regresó a París, se quedó del 30 de enero al 27 de febrero, y empezó a abrigar esperanzas de mudarse junto con su familia: Véra y el pequeño Dmitri, quien había nacido en 1934. Sobre la vida cultural en París, Nabokov le cuenta a Véra que es muy diferente del ambiente berlinés. En la ciudad se encontraban los grandes artistas de la

inmigración, entre ellos el nobel Bunin, con quien al principio entabla una relación amical; sin embargo, poco a poco se aleja de él porque, según explica Nabokov en una carta, el escritor es egocéntrico y no parece muy confiable. Prefirió la amistad de Jodasevich, a quien llama gran poeta y lamenta la poca difusión de su obra. Además de escritores, había más artistas o personas relacionadas al mundo del arte; destaca Fondaminsky, uno de los grandes amigos de Vladimir, quien lo acoge en sus visitas a París e incluso le ayuda a organizar lecturas, bastante importantes puesto que se cobraba entrada. A una de estas acudió, por ejemplo, James Joyce. Nabokov asistía a estos eventos culturales no por placer, puesto que a menudo se queja de que son agotadores (y a veces intrascendentes), muchas veces no gana lo suficiente y no recompensan el tiempo invertido que bien podría haber dedicado a su proyecto narrativo. Sin embargo, los aprovecha para ganar algo más aparte de lo recaudado en la venta de entradas: busca establecer contactos con traductores y editoriales (intentó varias veces publicar en Gallimard); en algunos casos funciona, mas no en otros. Durante todo este tiempo y en las giras posteriores, Véra le ayudó a la distancia. No son raras las cartas en que Nabokov le pide que envíe copias de sus libros a algún editor, que revise galeradas o que se encargue de algunas traducciones.

La historia de amor, el “cuento de hadas”, tuvo un episodio para el olvido: en 1937 Nabokov abandonó Berlín una vez más para dar una gira extensa: empieza en París (27 de enero – 16 de febrero), continúa en Londres (19 de febrero – 2 de marzo) y regresa a París (4 de marzo – 4 de mayo). En este periodo alejado de su familia, Nabokov tuvo un amorío con Irina Guadanini, una rusa que también había escapado de los bolcheviques, aficionada a la poesía. Véra se enteró pronto de la situación pero no acusó directamente a su esposo, sino que inició una suerte de guerra fría con él. Nabokov trataba de escribirle a diario para contarle todos los supuestos avances en la difusión de su obra, su búsqueda de contactos, editoriales y diarios que le pagaran por publicar. En las cartas escribe que todo va bien, pero en las notas de los editores nos enteramos de que la situación no era tal y que, incluso, varios textos no se llegaron a publicar. Véra escribe poco[3] y es exigente. Esta situación exaspera a Vladimir que le reclama y reprocha en cada carta. La situación empeora porque Anna Feignin (Aniuta), madrastra de Véra a quien Nabokov quería mucho, también deja de escribirle. Son varias las misivas que terminan con variaciones de “Aniuta podría escribirme una carta”.
A esta situación se suma la desesperación de Nabokov por quedarse a vivir definitivamente en París. Aborrecía Berlín e insistía en que sería un error regresar, ya que condenaría su trabajo como escritor. En pos de conseguir su objetivo, realizó una serie de gestiones para alquilar casas en el sur de Francia (la delicada salud de Véra los obligaba a buscar lugares con climas cálidos) y asegurarse departamentos para alquilar en París. Los planes los elaboró meticulosamente, incluso fijó horarios y rutas, pero Véra no respondía o deliberadamente le decía que era imposible, que prefería irse a Praga a visitar a su suegra, incluso llegó a insinuar que lo mejor sería ir a Italia o Bélgica. Cuando, finalmente, Véra encaró a Vladimir, él negó por completo la relación y explicó que todo se debía a rumores de gente que no lo estimaba. El argumento no convenció a Véra, quien viajó a Praga, lugar en el que Vladimir les daría el alcance. Luego de ello, y esto ya no está documentado en las cartas, Nabokov confesó su idilio. Se separó definitivamente de Irina luego de que ella se presentara intempestivamente en el balneario de Cannes donde los Nabokov descansaban.

Para 1939 la familia ya se ha mudado a París y Nabokov insistía en conseguir una cátedra en Londres. Aparentemente las negociaciones iban bien, pero se extendieron a tal punto que el escritor renunció a seguir intentando. Nabokov sufrió dos pérdidas mientras estaba en Londres. Soñó con su amigo Jodasevich días antes de que el poeta falleciera por tuberculosis. Además, pese a que intentaba conseguir fondos, estos no eran suficientes y tampoco podía enviarlos a Praga. El 2 de mayo su madre falleció debido a un absceso pulmonar. Por otro lado, su última novela de esta «etapa rusa», La dádiva, que terminó de escribir en 1938, fue rechazada por las editoriales que se negaron rotundamente a publicar el capítulo que dedicó a Nikolái Chernishevski, puesto que resultaba ofensivo para la comunidad rusa.
III

Con el avance inminente de los nazis, los Nabokov huyeron de Europa y se refugiaron en Estados Unidos. Muchos de sus amigos, incluido Fondaminsky y su familia, murieron en campos de concentración, al igual que Serguéi Nabokov, hermano de Vladimir. Tuvieron que empezar de nuevo, porque, si bien en Europa su obra estaba medianamente difundida, en EE. UU. no lo conocía nadie. Nabokov consiguió cátedras en Wellesley College y en la Universidad de Cornell; colaboró, además, en la organización del archivo de mariposas de la Universidad de Harvard. En esta etapa, las cartas disminuyen considerablemente; estas registran las temporadas que Nabokov salía de gira como conferencista (en 1942 viaja desde el 2 de octubre hasta el 7 de diciembre). En uno de estos viajes se extravía y no sabe con quién comunicarse para dar una charla que tenía programada en una universidad. Este, entre angustiante y divertido, episodio le inspira un pasaje de Pnin. Pero, además de las anécdotas, las charlas que daba, las mariposas que encontraba y algunas ideas para sus novelas, Nabokov también reflexiona sobre su labor como escritor y las consecuencias de escribir en inglés. En una carta del 9 de diciembre de ese año escribe:
Por el camino me atravesó directamente el relámpago de una inspiración indefinida —el deseo apasionado de escribir— y escribir en ruso. Y, sin embargo, no puedo. No creo que alguien que no haya experimentado este sentimiento pueda valorar en su justa medida su tormento, su dimensión trágica. La lengua inglesa en este sentido es una ilusión y un sucedáneo. En mi estado habitual, es decir, ocupado con las mariposas, las traducciones o la escritura académica, no tomo en cuenta por completo la tristeza y la amargura de mi situación.
En 1944 Véra viajó con Dmitri a Nueva York por una operación al apéndice y coincidentemente Nabokov sufrió una grave infección al estómago. Le cuenta a su esposa con hilaridad su último día en el hospital:
Al final de mi estancia había llegado a tal estado de exasperación que cuando el sábado por la mañana vi desde la galería (había salido a fumar) que T. N. venía a buscarme, salí de un salto por la fire-escape con lo puesto, el pijama y la bata, y fui corriendo hasta el coche… y ya nos íbamos cuando salieron a la carrera las enfermeras enfurecidas, pero no pudieron detenerme.
Si bien todas las cartas están dirigidas a Véra, Vladimir no olvida nunca dedicarle algunas líneas y dibujos a Dmitri. Podemos encontrar estas pequeñas notas desde el periodo europeo hasta la estancia en EE. UU.
IV
Casi no hay cartas durante la etapa final en Suiza. Hay, sí, postales en las que Nabokov recuerda y celebra los cumpleaños de Véra y sus aniversarios de boda. Le regalaba rosas, le escribía poemas, le enviaba dibujos; otras veces solo le dejaba notas para hacerle saber cuánto la quería, sin necesidad de estar separados, como esta pequeña declaración que le escribió mientras él estaba en su cuarto y ella en el jardín:
Qué delicia oír tu vocecilla pura en el jardín desde mi balcón. ¡Las notas tan dulces y el ritmo tan tierno!
Cordially yours,
VN
En 1970 Nabokov viajó a Taormina, Italia. Le escribió a Véra desde el 6 hasta el 19 de abril, cuando ella le dio el alcance. Las cartas recuerdan la felicidad de los primeros días; al leerlas se tiene la sensación de que se está ante la promesa cumplida: “yo podría darte esa felicidad —una felicidad soleada, sencilla—, en absoluto común”. Un rasgo que está presente desde el inicio de la relación son los saludos con los que Nabokov empezaba sus cartas, palabras cariñosas, invenciones para tratar que el lenguaje se diera abasto y reflejara el cariño que sentía. Ya en Taormina, toma consciencia de esto y empieza una de las cartas así: “Mi ángel de voz dorada: (no puedo deshabituarme a utilizar estas palabras de cariño)”. Los problemas económicos que los agobiaron durante gran parte de su relación (no estuvieron realmente bien hasta el rotundo éxito de Lolita, en 1955) forman parte del pasado; incluso, en una de las cartas Nabokov confiesa: “Estoy perdidamente enamorado de Taormina y he estado a punto de comprar una villa (ocho habitaciones, 3 lavabos, 20 olivos)”.

En 1975 le envió un poema en una de las fichas que él usaba para escribir sus novelas y cuentos:
A Veróchka
¿Y te acuerdas de las tormentas de nuestra niñez?
¿Los truenos espantosos sobre la galería —y de repente
Llegó el azul más intenso
Y sobre todas las cosas, diamantes?
La penúltima carta la envió el 7 de abril de 1976; es un poema de tres versos. Le sigue a esta otra nota sin fechar. Nabokov falleció en 1977, pero la historia de amor entre ambos no termina ahí. Véra continuó velando por la obra de su marido como hizo desde que se conocieron hasta que falleció en 1991. Todo lector de Nabokov sabe, sin embargo, que el amor que él sentía por Véra está presente en cada uno de sus libros, basta abrir cualquiera de ellos y pasar del título a la dedicatoria, y leer la declaración de amor a la musa, al motor que permitió que la creatividad de Nabokov no conociera límites: “A Véra”.
Para la preparación de esta reseña se han usado los siguientes libros:
Boyd, Brian.
1992 Vladimir Nabokov. Los años rusos. Traducido por Jordi Beltrán. Barcelona: Anagrama.
Nabokov, Vladimir.
1992 Rey, dama y valet. Traducido por Jesús Pardo. Barcelona: Anagrama.
2006 Habla, memoria. Traducido por Enrique Murillo. Barcelona: Anagrama.
2014 Letters to Véra. Traducido por Olga Voronina y Brian Boyd. St Ives: Penguin.
2015 Cartas a Véra. Traducido por Marta Rebón y Marta Alcaraz. Barcelona: RBA
2010 «Filisteos y filisteísmo». Curso de literatura rusa. Traducido por María Luisa Balseiro. Barcelona: RBA.
[Rocío H.]
[1] Sobre póshlost, Nabokov nos dice lo siguiente: “Los rusos tienen, o han tenido, un nombre particular para el filisteísmo satisfecho: póshlost. Póshlost no es solo lo que evidentemente no vale nada, sino sobre todo lo falsamente hermoso, lo falsamente inteligente, lo falsamente atractivo. Aplicarle a algo la fatídica etiqueta de póshlost no es solo pronunciar un juicio estético, sino también una condenación moral. Lo auténtico, lo limpio, lo bueno nunca es póshlost”.
[2] En la segunda novela de Nabokov, Rey, dama y valet (1928), leemos lo siguiente: “La chica extranjera del vestido azul bailaba con un hombre muy apuesto, cuyo smoking era de corte anticuado. Franz llevaba algún tiempo fijándose en la pareja; se le habían aparecido en fugaces atisbos, como una imagen de un sueño que se repite o como un sutil leitmotiv: ya en la playa, ya en el café, ya en el paseo. A veces el hombre llevaba una red para cazar mariposas. La boca de la chica estaba delicadamente pintada y sus ojos eran de un tierno gris azulado; su novio o marido, esbelto, con una distinguida calva incipiente, desdeñoso de todo en este mundo excepto de ella, la miraba con orgullo; y Franz se sintió envidioso de esta insólita pareja, tan envidioso que su opresión, pena da decirlo, se hizo incluso más amarga y la música paró. Los dos pasaron junto a él. Hablaban en voz alta. El idioma que hablaban era completamente incomprensible”. La red para cazar mariposas y el idioma incomprensible (evidentemente, el ruso) son dos elementos que identifican a Nabokov. Este es un ejemplo de cómo sutilmente el escritor entraba como personaje en sus libros, y también, por supuesto, es un pasaje dedicado a Véra.
[3] Una constante en el libro son las cartas en las que Nabokov se queja porque Véra le envía una carta por cada dos, tres, cuatro o más que él le escribe. En el periodo que Véra se retira a Suiza leemos: “Me escribes indecentemente poco”, “Hace siglos que no me escribes. Hace siglos que no me escribes. Hace siglos que no me escribes. Alma mía…”. Más adelante, por elegir un ejemplo de 1930, leemos: “Cosita cálida, apenas me escribes. Por lo general, esto me ofende, aunque no lo exteriorizo”. Luego de enterarse del amorío de su esposo, Véra permanece días enteros en silencio: “Te mandé dos correos aéreos y espero con impaciencia una respuesta, pero hoy ya es domingo y todavía no hay nada”, “My darling, my love, el tercer día ya sin recibir nada tuyo”, “Amor mío, ¿qué es esto?, es el cuarto día sin cartas”.
Una bella historia de amor real.Gracias por compartirla.
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Muchas gracias. ?Como puedo iniciar sesion?
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