La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine

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Estaba revisando la escuálida estantería que una universidad moderna y empresarial dedicaba a las “Humanidades”, cuando me topé con el libro. Hasta ese entonces mi búsqueda había estado condenada a los resultados más modestos e infructuosos, mientras me invadía la convicción de que nada podía ser considerado más inútil en aquel semillero de líderes y emprendedores en el que me encontraba que el tipo de libros que podría interesarme. Entonces, vi el ejemplar del ensayo del que presento algunas ideas en los siguientes párrafos. El autor, Nuccio Ordine, lo supe después, era un erudito estudioso del Renacimiento; el título, La utilidad de lo inútil, manifiesto (2013), no podía ser más paradójico, teniendo en cuenta el modo en que llegué a él. Estaba ahí clavado, impertinente, como una espina en la lengua.

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El oxímoron del título —la posibilidad de que lo inútil tenga alguna utilidad— permite confrontar opiniones diversas sobre el quehacer humanístico. Todo aquello que el sentido común ha relegado, en el mejor de los casos, a un entretenimiento superficial y, en el más honesto, a una absoluta pérdida de tiempo (hablamos de la filosofía, la literatura, el arte en general) es para Ordine no solo necesario, sino también una de las finalidades más altas del ser humano. La reivindicación del estudioso italiano tiene un cariz tradicionalista: considera que la lectura de los clásicos, y aquí parece referirse a un acervo más o menos fijo de obras prestigiadas por la tradición, es parte indispensable de la formación de cualquier persona. En ese sentido, lamenta el abandono del estudio del griego o el latín, que con el tiempo han cedido paso al inglés y otros idiomas más requeridos por el mundo moderno. Asimismo, el texto presenta una encendida defensa —no muy distante de la tradición de las “defensas de la poesía” de Sidney o Shelley— del amor al conocimiento gratuito (para ser estrictos, es una defensa de la curiosidad), más allá de la aplicación práctica o utilitarista que este pueda proveer. Ordine alerta, con razón, que esta pasión se encuentra en franca decadencia en el mundo contemporáneo.

Para ello, se ocupa de rastrear el origen de la noción que equipara el arte con lo inútil e indeseable. Si bien el tema parece llevarnos a la expulsión de los poetas en La República de Platón (aunque la argumentación platónica no se centra en la utilidad de la poesía), Ordine encuentra en John Locke, particularmente en Algunos pensamientos sobre la educación (1693), a uno de los iniciadores de dicho planteamiento. Dentro de la concepción del empirista inglés —cuyos libros por supuesto no encontré en la universidad mencionada párrafos arriba—, la enseñanza de la poesía o la música, por ejemplo, eran consideradas absolutamente innecesarias; todo lo que es reflejado por el investigador italiano con citas concretas y oportunas.

El libro de Ordine se inscribe en un debate más amplio en el que desde la Academia se reflexiona en torno a la pertinencia de las Humanidades, a las que gran parte del mundo parece haberles dado la espalda (pienso en dos casos que plantean otra mirada: ¿Para qué sirven las artes? [2005] de John Carey y Leer la mente [2011] de Jorge Volpi). La gran debilidad del libro que comentamos radica en que su autor decide adoptar una forma híbrida entre el elogio y el manifiesto, y renuncia a desarrollar sus argumentos. A lo largo de algo más de cien páginas, se nos ofrece un sinnúmero de referencias a autores fundamentales de la tradición occidental —algunas de las cuales tienen indudable interés por sí mismas— que, sin embargo, no se articulan a través de un hilo argumentativo sólido (ello puede tener que ver con el origen del libro, ya que el propio autor reconoce que se compone de diferentes ponencias que este disertó en diversos escenarios).

Por el contrario, considero imposible aproximarse al problema del Humanismo sin antes considerar las preguntas que lo ponen en entredicho. Al tan temido relativismo de la postmodernidad, ante el que reacciona Ordine, no se le puede oponer una defensa cerrada de la tradición por medio de un despliegue de erudición. Ciertas interrogantes (¿para qué poetas en tiempos de miseria?, ¿cómo hablar de poesía después de Auschwitz?) pueden ser aún fuente de pertinente reflexión y uno de los tantos lentes con el que enfocar las “obras canónicas”, cuyo lugar no es inmutable, toda vez que el propio decurso de los acontecimientos nos obliga a reacomodarlo permanentemente.

Aún así, La utilidad de lo inútil, manifiesto es un libro de agradable lectura. Sus virtudes son innegables: su lectura es ágil; no le faltan chispazos de agudeza; está construido con honestidad intelectual (presenta una amplia bibliografía); viene acompañado de un brillante estudio del educador estadounidense Abraham Flexner, quien aborda el tema de la “utilidad” desde el ámbito de las ciencias; sobre todo sugiere, pues no las plantea explícitamente, preguntas fundamentales. Al devolver el ejemplar al (aún más) escuálido estante, no pude dejar de pensar en cómo el libro había llegado ahí. Seguramente, sospecho, por equivocación. [Mateo Díaz Choza]

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