La vida instrucciones de uso, de Georges Perec

 

Las piezas de un rompecabezas, ya arrojadas sobre el tablón de la mesa, no adquieren sentido por sí mismas. El grupo de las mismas, disperso, solo consigue atraernos en cuanto caos. Puede sorprendernos que sean tantas y que, en tal desorden, solo nos comunique una dificultad potencial. Adivinamos que, tras el trabajo de juntarlas todas de acuerdo al orden prestablecido (y que debemos encontrar o seguir según la caja), formarán un cuadro comprensible o abstracto, que, de otra manera, carecería de sentido.

Quien examinara estas piezas, caería en la cuenta de que todas tienen una particular forma, que en muchos casos se repiten con otras que pertenecen a otro lugar en el cuadro que enmarca el borde. Así, el cielo será azul y lo será también el mar, pero ambos serán incapaces de permutar sectores que han sido cortados de manera específica. Esa es la naturaleza de un puzle.

Perec escribió una novela en forma de puzle.

Las piezas son noventainueve. No es el tablón de la mesa, sino el papel del libro la superficie sobre la que ha desparramado cada uno de los capítulos. Esa estructura caprichosa tal vez nos haga recordar a Rayuela de Julio Cortázar. No sería acertado. El orden de los capítulos tiene cierta intencionalidad. Tanto el primero como el último deben leerse donde han sido situados. El resto de capítulos sigue una trayectoria matemática invisible que no afecta, en mayor grado, la historia. Al mismo tiempo, la disposición de los capítulos en seis partes, cada una más pequeña que la precedente, nos permite la sensación de estar finalizando un rompecabezas en el que poco a poco nos quedan menos piezas restantes. El mosaico general no es claro, porque no hay una historia solitaria, sino muchas que se intersecan o corren en paralelo.

Aunque, por esa naturaleza diversa, sea difícil establecer que existe un personaje principal en la novela, el que resalta es Bartlebooth. La relevancia que adquiere no solo está determinada por ser el más mentado, sino porque su principal actividad representa la idea general de la novela. Dado que es un hombre adinerado, puede permitirse contratar a un maestro de pintura (Valène) para aprender a retratar paisajes, a un experto en confeccionar rompecabezas (Winckler) y a un fiel sirviente que lo acompañará en el proceso (Smautf).

Cuando Bartlebooth aprende a pintar paisajes, empieza un viaje con Smautf que lo llevará a distintos puertos del mundo. En cada uno, elegirá una posición privilegiada para pintar un cuadro que, finalizado, enviará a Winckler, encargado de adherirlo a una plancha de madera y de cortar el producto para que el resultado final sea el rompecabezas. Bartlebooth no deja de viajar hasta que ha pintado todos los cuadros-rompecabezas. Cuando vuelve a asentarse en París, cada 15 días, le envían, en cajas especiales, uno de los tantos puzles confeccionados por Winckler y comienza a armarlo. Terminado el proceso, cuando el orden del rompecabezas ha devuelto la representación del paisaje a su original unidad, Bartlebooth indica que la acuarela sea reintegrada (a través de un proceso de encolado que elimina todo rastro de los cortes efectuados por Winckler) y luego disuelta en una solución detersiva.

Por eso, Bartlebooth representa a la novela en dos sentidos. El primero está relacionado a la forma de la novela: el rompecabezas del lienzo de un edificio parisino en 1975. Ya hemos descrito la estructura. El segundo es más profundo y se presenta de distintas maneras en la novela. En mi opinión, es lo que convierte a la novela en un clásico del siglo XX y lo que provoca su discusión hasta esta década del XXI. Por eso, dedicaré a ese aspecto todo el siguiente apartado.

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Los objetos y lo efímero

Antes, un excurso (o algo que lo parecerá).

A pesar de que actualmente se discuta sobre la cultura desechable, los objetos que nunca podrán descartarse son aquellos que Perec llama unica o unicum a «todo objeto del que no existe más que un ejemplar». Eso abarca a objetos de los que se ha fabricado un ejemplar, animales de los que se cuenta con un solo individuo u objetos que, por alguna contingencia histórica, han adquirido el valor de singulares. Todas esas condiciones pueden rodear a un objeto de un aura especial, sí. Sin embargo, en esta novela, la mayoría de objetos son únicos, porque todos tienen en sí una historia particular que Perec se toma el trabajo de detallar con la mayor precisión. A muchos, esta característica narrativa podría parecerles molesta, pero, considerada desde el concepto de unica, es necesaria. Dado que los objetos han formado parte de distintos pasajes en la vida particular de cada habitante del edificio, en el universo íntimo, esos objetos son verdaderas unicas. De ahí que estén atravesados siempre de historias y, algunas veces, de Historia.

Por el contrario, los seres humanos, en la novela de Perec, son lo más efímero. La representación de esa vida limitada la constituyen los sueños que persigue cada uno de los personajes de La vida. No son pocos los que, después de ver que el camino a su sueño se ha truncado, que sus intentos han fallado y han demostrado la inutilidad del sueño, renuncian a la vida. Eso sucede en el caso de Beaumont, el explorador que creía en la existencia de la legendaria ciudad de Lebtit y dedicó los más valiosos años de su vida a la búsqueda de la misma. Organizó expediciones y excavaciones con el fin de encontrarla. Una vez conseguidos los datos que necesitaba, se suicidó. Otras formas de renunciar a la vida no son tan trágicas y se relacionan a la preferencia por una vida anodina, alejada de cualquier gloria que, en algún momento, había sido pronosticada o soñada por el mismo protagonista de su fracaso.

Bien: yo encuentro la misma oscilación entre lo efímero y lo eterno de los unica en el proceder de Bartlebooth: el paisaje perennizado se deconstruye, vuelve a armarse como en un juego, al punto de reintegrarse en forma de acuarela intacta, y la imagen se disuelve para eliminar toda huella de su existencia. Bartlebooth hace del rompecabezas una analogía con lo humano: la existencia de sus rompecabezas, a pesar de los esfuerzos que ha demandado, es efímera. Su mera existencia ha sido parte de un juego que no rinde frutos. Es, a fin de cuentas, una metáfora de la vida de hombres y mujeres que se empeñan en devolverle el sentido que debería tener. Lo único que quedará del hermoso puerto es la nada. Lo único que quedará del hombre que trabajó por demasiados años para «construirse una vida» es nada.

Memento mori: el tópico encuentra otra forma de contarse a través de un método lúdico de composición, a través de pequeñas historias que podrían llamarse apasionantes como las que escribieron sus compatriotas Verne o Dumas, extrañas como las de Kafka, o complejas como una narrada por Borges. Es decir, Perec vuelve a contar, a partir del conocimiento y reformulación de la tradición literaria, y una propuesta formal diferente, un tema clásico y, por tanto, universal. Ese es el valor de La vida instrucciones de uso. [Leonardo Cárdenas Luque].

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