Sospechaba que un libro de portada naranja debía ser el libro del momento – o del verano—en los Estados Unidos, donde llevo viviendo cinco años. Lo vi repetidas veces; no recuerdo cuándo por primera vez, pero fue realmente consciente sobre su existencia en vuelo de vuelta de Denver; cuando vi concentrada a una lectora. Difícil confiar en las listas del verano, en mi opinión, en los Estados Unidos. ¿Cómo aceptar con parsimonia una recomendación de Barack Obama y sus –tantas veces– conmovedores best-sellers? El libro naranja volvió a aparecer en una librería muy nutrida de Denver, y decidí leerlo. Decía la contraportada: primera novela de joven escritor nativo-americano.
Me aficionan las novelas estadounidenses, la idea de la gran novela “americana”, que hasta hoy ambicionan jóvenes y consagrados narradores estadounidenses, por ejemplo, me parece imitable, incluso necesaria, por más que pueda sonar a muchos una ambición pasada de moda. Hasta el momento, sin embargo, no había leído libro de autoría nativo-americana, y de sus experiencias sé poco; en Colorado conversé solo una vez con una mujer de la nación Lakota y he sido alumna de un profesor de religiones indígenas, de la nación Arapaho. A estas interacciones se reducía mi experiencia personal. Me he detenido en este preámbulo para figurar –quizá también para mí— las condiciones en que he leído este libro: desde la completa ignorancia.
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There There, de Tommy Orange explora la experiencia nativo-americana fuera de los espacios a los que ha confinado las políticas estadounidenses y también su imaginación: la reserva, la vida rural y la tierra. Los personajes de la novela son casi todos oriundos de Oakland, California, y una premisa es relatar la experiencia urbana como parte de la realidad nativo-americana hoy, refiriéndose al dilema de la tradición frente a lo contemporáneo, preguntándose cómo se puede conservar el pasado en la ciudad, que exige asimilación a la homogeneidad urbana. Así, la novela se articula por las voces de doce nativo-americanos “urbanos”, como en pequeños cuentos, que incluso podrían funcionar como relatos independientes. Cada relato encarna las voces de personajes de identidad y pasado complejo, pueden ser nativo-americanos de diversas generaciones, como la familia de Opal Bear Shield, mestizos (biracial), como Edwin Black, o suerte de outsiders como Tony Loneman, con cuya voz se abre y cierra la novela; a ellos los unifica su consciencia de que ser nativo-americanos los ha llevado a ciertas ciudades, espacios y experiencias. Contra el relato del sueño americano, la novela muestra que la plenitud de la ciudadanía está reservada para algunos: migrar a la ciudad tampoco es garantía de asimilación o de superación de la segregación geográfica de las reservas. Los personajes enfrentan problemas de la vida urbana, y la violencia estructural que azotó a las naciones nativo-americanas, expuestos a un entorno de alto índice de suicidios, feminicidios, alcoholismo y violencia doméstica.
En este mundo hostil al que es difícil asimilarse, por otro lado, la ciudad también puede florecer: Oakland, California –se dice– es la extensión de la tierra –the land– al que debe estar vinculado por tradición todo nativo americano. Oakland es una suerte de axis mundo, en que confluyen y se entrecruzan las voces en un evento comunitario, un powwow, una gran celebración tradicional y competencia de bailarines de música contemporánea nativo-americana, al que acompañan MCs –suerte de animadores y DJs– y músicos. Los personajes cuyas voces se escuchan a lo largo de la novela tienen algún vínculo con el powwow: pueden ser los bailarines, el MCs, los organizadores, el personal de limpieza o los ladrones que planean saquear el premio mayor. El powwow es el corazón de la novela, y el espacio donde confluyen todos los personajes. Allí se reactiva la tradición –coloridos atuendos tradicionales, la peregrinación de las naciones de varios estados, músicos expertos en powwow– o mejor dicho, se la actualiza, porque la novela revela el encuentro de la tradición indígena en su versión urbana, con su actual entorno: la realidad cotidiana estadounidense contemporánea, que se impone, como se puede ver en el uso de armas de fabricación casera o la continua racialización y postergación de los personajes. El powwow es una suerte de disparador de la novela, y algo que se puede reprochar a Orange, es quizá no haberse extendido en el evento mismo, que se anunciaba como el centro de la vida tradicional urbana: después de todo en la música y el baile se recuerda en la novela– se guarda la memoria ancestral. En esto es imposible no pensar en la realidad peruana, en que la experiencia de la colonización, reconociendo las distancias con el proceso norteamericano (canadiense y estadounidense), ha dejado ecuaciones irresueltas, no solo para los estadistas sino también para los novelistas. Por momentos, por ejemplo, he encontrado en la novela una fascinación por la vida urbana como espacio de revitalización de las culturas “tradicionales”, optimismo que con ambigüedad y por episodios en su obra –sobre todo la última– compartió José María Arguedas.
Pero el optimismo de Orange se desvanece cuando se impone la estructura social y gubernamental –como en la evocación del episodio de la toma de la prisión de Alcatraz por el Red Power Movement–, y en ese aspecto la novela no reconcilia, sino deja grietas abiertas. El modelo de la novela es la propia historia nativo-americana moderna, plural y dinámica, que necesita mantenerse en negociación, entre los diversos grupos indígenas, cuya pluralidad y urbanidad divergen de la visión fetichizada y monolítica de lo “indian” en la cultura oficial estadounidense. Este dinamismo se plantea en la búsqueda de polifonía, y se aleja de novela de “tesis”, más bien se propone como un tejido de “vidas” relatadas. Se alinea a la tradición del storytelling, que es una suerte de marca registrada de la mejor narrativa estadounidense, desde Moby Dick hasta Infinite Jest, y es también, no olvidemos, el gran legado de todas las culturas originarias, sean las culturas indígenas americanas, asiáticas, europeas u otras: contar historias siempre fue dar orden a un mundo que, sin presencia humana, ante nuestros ojos, puede aparecer desordenado y también silencioso.
There There es –no se puede perder de vista– un debut. Nacido en Oakland, California, afiliado a las naciones Arapaho y Cheyenne, Tommy Orange (1982) presenta el resultado de su estancia en la escuela de escritura creativa del único programa dirigido a escritores indígenas en los Estados Unidos, el Institute of Indian Arts, de Nueva México. Indagando un poco sobre las condiciones que hacen posible que existan narradores y programas de tal perfil y experiencia, encontré una constelación interesante de escritores nativo-americanos, no solo estadounidenses sino también canadienses, que vienen publicando en inglés como en lenguas originarias, y que pienso comenzar a conocer. Esta constelación en que se inserta There There ha sido llamada New Native Renaissance, y podemos mencionar la obra de James Welch (1940-2003), Sherman Alexie (1966-), Louise Erdrich (1954-), ganadora del National Book Award, y más recientemente Terese Mailhot (1983-) y el joven poeta canadiense Billy-Ray Belcourt. En un contexto en que la oferta de la narrativa contemporánea es en mi opinión, monológica, encontrar una novela que atiende a la pluralidad de voces e historias ha sido, además de una puerta para ingresar a otras narrativas, un encuentro con nuevas voces que me recordaron por qué todavía, acaso con tozudez, leemos, escribimos y escuchamos historias. [Miluska Benavides]